El caso de Miguel Ángel López es uno de los pocos en los que fue el propio operador quien se puso el 10-28: “El Charro”. Y como a todo mundo hizo sentido, se le quedó para siempre y así lo lleva en la carretera.
Y es que “El Charro” López siempre ha tenido dos pasiones: los tractocamiones y los caballos. Por un lado, su padre y su abuelo y su bisabuelo le heredaron el oficio del volante, y por otro, su familia materna siempre ha criado caballos.
Es por eso que, desde que era niño, este operador ha vivido en ambos mundos, y siempre con la posibilidad de elegir alguno de los dos o simplemente construir uno propio, tal como lo han hecho su hermano y tres primos.
Pero su gusto por el tractocamión fue tal que aprendió a mover los carros a los ocho años, justo cuando terminaban sus lecciones de equitación, y después él solito se metía en los tractos para ver las maniobras de los operadores que recién llegaban y hacían sus maniobras.
Ya cuando tuvo edad, ni siquiera le preguntaron, pues él tenía claro que apenas cumplía los 18, sacaría su licencia y se pondría a manejar.
Pero el camino le tenía todo tiempo de pruebas, retos y sorpresas. “El Charro” López viajó un día a Guadalajara y se quedó allá casi una semana, pues tuvo que hacer algunos viajes en la zona metropolitana.
Ya que venía de regreso, se detuvo a cenar y todavía no sabía si debía continuar su camino o mejor se quedaba en el camión para descansar; estaba cansado y mejor decidió lo segundo.
Ya estaba camino a su tractocamión cuando un señor que cabalgaba un caballo que estaba en los huesos se bajó para preguntarle si conocía el camino a Guadalajara.
“El Charro” le indicó que era justo en la dirección en la que iba sobre la carretera, pero que todavía le faltaba mucho, que tal vez lo mejor era que buscara dónde pasar la noche. Igual y en ese merendero podía comer algo.
Recuerda que el señor era todavía más flaco que el caballo, pero lo que más llamó su atención fue su mirada, tan en paz y tranquila. Como si todo estuviera bien, en su lugar. Hasta sintió un poco de envidia.
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Subió al tractocamión para tomar sus cigarros, y cuando bajó para tomárselo y ofrecerle uno al señor, éste ya no estaba; echó un ojo a todos lados y nada, sin rastro, hasta unos colegas que iban llegando le preguntaron si todo estaba bien.
Cuando les contó lo que había pasado, ambos se rieron y le contaron cuando a ellos les pasó lo mismo en la carretera. Le dijeron que era un fantasma, que era el espíritu de un señor que había muerto en esa carretera hace ya más de 50 años, pero que seguido regresaba porque tenía que regresar a Guadalajara.
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