Desde que Ana tiene memoria, su mundo gira en torno a los caminos, los camiones y las historias que su padre le contaba en las noches cuando regresaba de sus viajes. Era una niña de ojos brillantes y sonrisa inquieta, que despertaba en su familia la alegría y la esperanza.
Su papá, don Carlos, era un trailero experimentado, con manos ásperas por el trabajo duro y un corazón enorme lleno de orgullo por su familia. Siempre le decían que Ana tenía un espíritu aventurero y una determinación que parecía sacada de las historias de los camiones que tanto admiraba. Le auguraban que seguiría sus pasos.
La infancia de la niña estuvo llena de momentos mágicos. Ella solía esconderse en el taller de su papá para escuchar el motor y adivinar la falla que su padre le encontraría, le gustaba aprender y entender el lenguaje de los instrumentos y a sentir que, en esas máquinas, también había una parte de su papá.
Los domingos, cuando su papá no salía a recorrer rutas largas, Ana le ayudaba a limpiar el camión, a ponerlo guapo, como decía él, y siempre le preguntaba por todos los botones que tenía en el tablero hasta que terminó por saberse todos.
Aunque don Carlos tenía tres hijos varones, incluso mayores que Ana, a ninguno de ellos le hizo tanta ilusión aprender el oficio, jugar con el volante y mucho menos, acompañarlos en sus viajes. Se le notaba la frustración, pues a él le hubiera gustado que todos siguieran sus pasos, pero no fue así.
Sin embargo, también se dio cuenta que su hija, desde muy pequeña, quería ser como él, y que ese sueño nunca se desvaneció, a pesar de que su madre se oponía a esta preferencia y más de una vez intentó convencerla de jugar con ella a la comida, a la casita o cualquier otra actividad que ella consideraba “propia de mujeres”.
Durante su adolescencia, su determinación creció. A los 16 años, ya le había pedido a su papá que la enseñara a conducir. Él, orgulloso y conmovido, aceptó. La primera vez que Ana puso las manos en el volante de uno de los camiones de su papá, sintió una emoción como nunca antes.
La forma en que las ruedas respondían a sus movimientos, la sensación del motor vibrando en sus manos, y la libertad que experimentaba en ese instante, la confirmaron aún más en su sueño.
Pero también enfrentó obstáculos: las miradas de rechazo por ser mujer en un mundo mayormente dominado por hombres, las dudas de su familia y las dificultades para conseguir un permiso oficial. Sin embargo, Ana nunca se rindió. La perseverancia fue su aliada.
Con el tiempo, Ana fue aprendiendo más. Estudió para obtener su licencia de conducir especial para camiones pesados con especialidad en material peligroso y, con el apoyo de su papá, empezó a recorrer rutas cortas, cargando productos hacia los pueblos cercanos.
La familia, aunque al principio dudaba, pronto se dio cuenta de que Ana tenía una fuerza y una pasión que no tenían comparación. Ella además iba aprendiendo a gestionar la logística, a cuidar los detalles técnicos y a enfrentar las largas horas en la carretera. Sus hermanos, aunque todavía estaban sorprendidos por su decisión, empezaron a verla con más respeto.
Hoy, Ana tiene 38 años y ya lleva varios años trabajando como operadora de camiones en una empresa de transporte. Es una mujer confiada, fuerte, y cada vez que coge la ruta, recuerda sus primeros pasos, las lecciones que su papá le enseñó y las horas en que soñó con llegar hasta aquí.
Su papá, don Carlos, la mira con un orgullo que no puede contener. En una reunión familiar, con lágrimas en los ojos, le dice: “Desde que eras niña, supe que ibas a seguir mis pasos, y ahora, ver que eres una de las mejores en esto, me llena de orgullo. Eres mi ejemplo y la prueba de que los sueños sí se cumplen”.
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Ana responde con una sonrisa radiante, pero en su corazón sabe que ha superado muchas barreras, que ha demostrado que una mujer puede conquistar cualquier camino que se proponga.
En sus viajes, en sus largas horas en la cabina, lleva en sus pensamientos a su familia, a sus hermanos que poco a poco están entendiendo que las mujeres también pueden ser protagonistas en el mundo del trabajo pesado, y sobre todo, lleva la inspiración de su papá, quien le enseñó que los límites solo existen en la mente y que los sueños están hechos para cumplirse si no se dejan de luchar por ellos.
Cada kilómetro recorrido, cada carga entregada, es un testimonio del camino que ella misma ha construido, y un legado para todas esas niñas que alguna vez soñaron en ser algo más. Porque, como ella misma dice siempre, “los caminos están hechos para quienes tienen la valentía de recorrerlos”.
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