La muerte de Roberto Valdés fue una tragedia para su familia, pero lo fue más porque heredó un viejo camión y una deuda de medio millón de pesos. Ésta es la historia de Transportes Valdés. 

La empresa siempre fue una persona física, un hombre-camión, ya que desde los 18 años, Roberto Valdés recibió un camión de su padre. Estaba al cien y él ya sabía manejar, así que lo demás fue lo de menos. 

A pesar de que tuvo oportunidades de crecer en flota y en personal, para él su camión era suficiente, pues le daba para vivir y mantener a su familia. Siempre lo recuerdan por necio y terco: nunca nadie lo hizo cambiar de opinión. 

Y así se le pasó la vida y durante más de 30 años sólo cambió su camión en dos ocasiones, pues también aprendió mecánica y él mismo lo mantenía en las mejores condiciones posibles. 

Pero ya en los últimos años el negocio no iba bien, al grado de que Roberto se endeudó en créditos de refacciones, servicios y algunos créditos menores. 

Así dejó la vida, el camión y su empresa, que todavía no se llamaba Transportes Valdés, pues también a eso se negó. 

Cuando su viuda y su hija se dieron cuenta del problema que les había heredado, su principal fiador les dijo que les podía tomar el camión como pago de la deuda, o que les daría un último plazo de 90 días para empezar a liquidar. 

Lo estaban considerando, pues Elena, su esposa, siempre había sido ama de casa y no tenía ese dinero; Sofía, su hija, había estudiado una carrera técnica en administración de empresas. No sabían de camiones, pero sabían de la perseverancia. 

En eso estaban cuando Sofía le dijo firme a su mamá: 

«Mamá, el camión es nuestra única herramienta. No podemos dejar que se lo lleven. Hagamos lo que él hacía».

Y así nació formalmente Transportes Valdés. Mientras Sofía aprendía a catalogar y organizar los papeles de su padre, Elena se sumergió en el mundo de los fletes. 

Descubrió que los clientes de Roberto se habían ido con la competencia. Con la ayuda de un viejo amigo de su padre, Don Pepe, un mecánico jubilado, lograron poner el camión en un estado decente. No era un camión nuevo, pero era funcional.

Sofía, usando sus conocimientos de administración, diseñó un plan de negocios improvisado. Sabía que la clave no era la flota, sino la eficiencia y la confianza. 

Empezaron con cargas pequeñas, de la central de abastos de la Ciudad de México a la de Puebla. Sofía negociaba los fletes, mientras Elena se ponía al volante. Había aprendido a manejar con su esposo, pero nunca de manera profesional. 

Los primeros días, las miradas de los otros operadores eran de sorpresa y escepticismo, pero Elena ignoraba los prejuicios, concentrándose en el camino.

El sacrificio era la norma. Para ahorrar en costos, madre e hija se turnaban para conducir, durmiendo en el camarote del camión. Se alimentaban con guisos que Elena cocinaba en un pequeño hornillo. 

Cada peso ganado se destinaba a la deuda, a un tanque de diésel o a una reparación inesperada. La primera gran victoria fue saldar la deuda con el proveedor. Les tomó un año de trabajo ininterrumpido.

Al segundo año, con la deuda del camión saldada y un historial de entregas puntuales, lograron conseguir un préstamo para comprar una segunda unidad, un International de segunda mano. 

Esta vez, Sofía se puso al volante, después de obtener su licencia federal. La empresa, que operaba bajo el nombre de Transportes Valdés, ya tenía dos unidades y dos operadoras dedicadas.

La filosofía de la empresa era simple: profesionalismo, honestidad y puntualidad. No buscaban clientes grandes al principio, sino relaciones de confianza con pequeñas y medianas empresas que valoraban la atención personalizada. 

Elena se especializó en la distribución de alimentos perecederos, mientras Sofía se concentró en la carga general. Cada una de ellas conocía sus rutas, sus camiones y a sus clientes.

Te recomendamos: Fletes Ávila: la flota que transportaba aguacates a manera de trueque

En cinco años, Transportes Valdés había crecido a cinco unidades, todas en impecable estado de mantenimiento. Habían contratado a dos operadoras más, jóvenes y llenas de potencial, que veían en Elena y Sofía un ejemplo a seguir. 

La empresa se había ganado un nicho en el mercado, valorada por su servicio de calidad y su equipo de mujeres profesionales que desafiaban un sector tradicionalmente dominado por hombres.

Hoy, Transportes Valdés es una realidad próspera. Elena, ya no tan al volante, se encarga de la administración y la logística. 

Sofía lidera las operaciones, negociando contratos y planificando las rutas. El viejo Kenworth de su padre, apodado “El Maestro», descansa en el patio de la empresa, impecable y restaurado, como un recordatorio constante de su origen. 

Su herencia no fue un problema, sino un punto de partida. Una deuda, para ellas, se convirtió en una oportunidad, y un camión, en la semilla de un sueño más grande que la carretera misma.

Te invitamos a escuchar el episodio más reciente de nuestro podcast Ruta TyT: