Adriana se levanta temprano para asearse, alistarse y acudir a preguntar por la vacante que vio ayer en el patio de una empresa de transporte: “se solicita operador(a) quinta rueda – experiencia comprobable”.
Desayuna, se acicala y toma el fólder con sus papeles, desde los comprobantes de domicilio hasta las cartas de recomendación que le han dado en sus anteriores empleos.
Toma una van del transporte público y en quince minutos desciende para caminar dos cuadras y llegar al lugar, en el Estado de México; en la entrada, el vigilante le pregunta qué le ofrece y ella responde: vengo por el anuncio de operador.
El uniformado la examina con la mirada y, de mala gana, le pide que se registre y medio le indica hacia dónde se tiene que dirigir, pero…
-¿Traes tus papeles?
-Sí, ¿por?
-¡Uy, qué genio! Seguro estás en tus días.
Ella lo fulmina con la mirada y avanza hacia dentro. Llega a una puerta que parece de una oficina y pregunta que dónde la pueden atender, que viene a postularse por la vacante de operador.
-¿Es para ti?, le pregunta la chica al otro lado del mostrador.
-Sí, tengo experiencia. Traigo mis papeles.
Recibe la misma mirada de escáner con cierto aire de desaprobación y le piden que se siente, que ahorita la reciben.
Diez minutos después, sin que antes alguien le hubiera ofrecido un vaso de agua, la misma chica del mostrador le dice que pase a la oficina del fondo, donde dice Recursos Humanos.
Adriana se levanta y camina mientras susurra un desganado “gracias”. Llega a la puerta y observa a un hombre maduro, con una calvicie prematura y pronunciada. Éste se limpia la boca aún con el bocado entre los dientes y le hace la seña de que se siente.
Adriana sigue acumulando sus ganas de irse, pues tanta hostilidad la agobia, pero necesitaba el trabajo, y esta empresa de transporte, además, está cerca de su casa. Así que sonríe y se sienta, mientras el hombre se pasa el último trago con la taza de café que diez minutos antes se derramó y nadie limpió.
-Con que eres operadora, ¿cuántos años de experiencia?
-Este año van a ser quince, he trabajado para distintas líneas y aquí traigo mis cartas de recomendación.
El hombre recibe el fólder y lo deja a un lado. Nunca lo abrirá. Antes bien, le pregunta por qué quiere trabajar aquí, por qué se hizo operadora, que si no le interesó nunca dedicarse a otra cosa.
-¿Otra cosa, como qué?
-No, sólo digo. Aquí nunca hemos tenido operadoras y aunque están de moda, la verdad es que no estoy seguro si eso vaya a cambiar.
-Pues no creo que sea un asunto de género, sino de capacidad. Y si traigo mi solicitud y les demuestro mi experiencia, puede que eso cambie, ¿no?
-Pues ya veremos. Por algo nunca hemos tenido mujeres operadoras en esta empresa.
Le hizo dos preguntas más y la despidió, le dijo que le llamarían a más tardar mañana para decirle si había sido seleccionada. Pero nunca llamaron.
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Justo un mes después, un amigo suyo que sí fue elegido le contó lo que se decía de ella, pues le contaron que había llegado una mujer operadora por la vacante, de nombre Adriana, de unos 50 años de edad, con más de 15 de experiencia, pero que sólo le habían dado el avión, que ahí nunca contratarían mujeres al volante.
Ella sintió una especie de punzada en la boca del estómago, pues le quedaba claro que ser mujer seguía siendo un obstáculo en este oficio, pero agradeció no haberse quedado en un lugar con tanta misoginia, y mientras, ella seguirá, al igual que nosotros, Al Lado del Camino.
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