La historia de Elena «La Roca» Solís empezó en un gimnasio de boxeo en la Ciudad de México: una mujer cuya vida no se define por los caminos que eligió, sino por la fuerza con la que sostuvo el volante cuando el destino le cambió el rumbo.
Elena nació en 1988 en la capital del país y es hija de un entrenador de boxeo. Aprendió a vendarse las manos antes que a maquillarse. A los 15 años ya era una promesa del boxeo amateur y hacia los 20 se quedó muy cerca de su debut profesional en la categoría de peso pluma.
Se ganó el nombre de «La Roca» no sólo por su pegada, sino por su capacidad de aguantar castigo sin retroceder un solo paso. En su joven carrera acumuló un récord de 22 victorias (14 por la vía del cloroformo) y sólo 3 derrotas.
En 2009, cuando casi logra subir a las grandes ligas, Elena sufrió una lesión severa en la retina. Los médicos fueron tajantes: un golpe más y perdería la vista de forma permanente. A los 21 años, en la cúspide de su carrera, tuvo que colgar los guantes.
Tras el retiro forzado, Elena cayó en una depresión profunda. El gimnasio le dolía y el silencio de las oficinas la asfixiaba, hasta que uno de sus tíos, viejo transportista de carga pesada, le ofreció acompañarlo en una ruta hacia el norte, para que se distrajera.
Ella aceptó sólo para salir de su rutina, pero lo que comenzó como un viaje de distracción se convirtió en su nueva pasión. Encontró en el rugido del motor diésel la misma adrenalina que sentía al subir al cuadrilátero.
En 2015, obtuvo su licencia federal y compró su primer tractocamión usado: un Kenworth rojo al que bautizó como «La Revancha». Elena se especializó en rutas de alta peligrosidad en la Sierra Madre y se ganó el respeto de un gremio mayoritariamente masculino que inicialmente la miraba con escepticismo.
Elena cuenta que una vez, durante un intento de asalto en una carretera de Zacatecas, sintió los mismos reflejos de boxeadora para maniobrar el camión y evitar que los delincuentes le cerraran el paso, hasta que logró llegar a una zona segura.
Ya con una visión enfocada en la carretera, ahora Elena busca abrir camino a más mujeres interesadas en el volante, para que encuentren su propio camino y también su independencia económica a través del transporte de carga.
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Hoy, a sus 37 años, Elena Solís ya no pelea bajo las luces de una arena, sino bajo las estrellas de las carreteras transpeninsulares. Sus manos, antes cerradas en puños, ahora descansan con firmeza sobre un volante de 18 pulgadas.
Sigue manteniendo la disciplina de una atleta: cuando puede se levanta a las cuatro de la mañana, hace sombra frente al espejo del retrovisor y cuida su motor con la misma precisión con la que cuidaba su peso para la báscula.
Elena no cambió de vida; simplemente cambió de arena. En lugar de buscar un cinturón de oro, ahora persigue el horizonte, demostrando que no importa cuántas veces te obliguen a retirarte, siempre hay un nuevo camino por recorrer si tienes el coraje de hacerlo.
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