Ricardo despierta en el hospital. No recuerda bien, pero sospecha que no entregó la carga. Algo grave debió pasar, pues hace más de 20 años que no visita a ningún médico. La doctora, con su inmaculada bata blanca, lo saluda y le pregunta cómo se siente. “Tuviste mucha suerte”, le dice. Él no entiende del todo, pero sigue sospechando.
Sonríe porque la doctora le parece guapa y amable. “No sé bien qué pasó, doctora. ¿Por qué estoy aquí?” Ella le devuelve la sonrisa y le celebra su buen humor. Ahora le explica que tuvo un preinfarto y que más bien lo vea como una señal, pues su sedentarismo le ha provocado una obesidad de primer grado, que debe cambiar sus hábitos o ya no la cuenta.
Ahora pasan su esposa, sus hijos y un colega que fue el que lo auxilió en la carretera. “Nos espantaste bien feo, Gordo. No lo vuelvas a hacer”. Sus hijos lo abrazan y ella le da un beso. Ahora es cuando empieza a recordar. Sólo un poco.
Estaba en su camión y sintió un dolor en el pecho, justo después de tomar dos litros de refresco de cola y tres bolsas de frituras, todo en menos de una hora. Desayuno de campeones, solía decir. Pero el recuerdo es retórico, ya que eso era casi diario, sin embargo, ese último día su cuerpo ya no pudo más y se desmayó.
Había salido en punto del mediodía, con el sol pesado encima de todo el camino y él intentaba apaciguar la sed con esa botella inmensa, mientras la bolsa de papas era devorada en tres o cuatro “empinadas”.
Ese día tomó la decisión y hasta se cambió el 10-28. Pidió que ahora le dijeran “El Toro”, pues sentía esa fuerza para cambiar su vida. Tiempo después, en el patio de la empresa, mientras espera la carga, saca dos neumáticos de repuesto. Las levanta por los costados y las golpea contra el suelo en un ejercicio de volteo de llantas. Se le nota el esfuerzo. Un operador de patio, de unos 20 años, le grita:
¡Oiga, Don Ricardo! ¿Por qué tanto castigo? ¿Se va a inscribir a un maratón?
“El Toro” se detiene, jadeando. Se limpia el sudor con el antebrazo.
“No, chamaco. Simplemente me di cuenta de que si no puedo cargarme a mí mismo, ¿cómo voy a poder cargar con veinte toneladas? La carga de la carretera es pesada, pero la carga de la enfermedad lo es más”, le responde y vuelve al ejercicio. Levanta el neumático una vez más, con fuerza y determinación.
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Y ahora así es su vida. Aprovecha cada diez, quince o treinta minutos para hacer sus repeticiones, dejó el refresco y programa bien sus comidas, lo más saludables que se pueda. Cada mes va con la doctora para que le dé una revisada y hasta una felicitación.
A los 50 años sabe que, además de transportar equipo electrónico, ropa, zapatos o lo que sea, también lleva una vida que merece y quiere vivir, así que decidió cuidarse y continuar, al igual que nosotros, Al lado del Camino.
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