Durante toda su vida al volante solo le habían salido fletes locales. Riesgo menor. Con sus tres camiones se daba abasto para llevar y traer carga general desde y hacia Morelos, su tierra natal. La eterna primavera como el escenario que habría de construir una atmósfera cálida para cada viaje durante los últimos 15 años.

Bien sabía que en los últimos años el camino hacia Acapulco se había vuelto peligroso, sobre todo de noche. La autopista del sol había dejado de ser la más segura, rápida y eficiente del país hacía mucho tiempo. Tenía bien calculados los tramos y tiempos en la zona hasta aquel día en que le encargaron llevar una carga de alto valor hacia Puerto Escondido.

Sabía de colegas a los que les habían bajado toda la mercancía, el camión e, incluso, un par que no vivió para contarla. Ahí mero en Pinotepa les habían dado alcance. Eran los tiempos en que habían capturado a importantes líderes del crimen organizado y al menos diez células empezaron a disputarse la plaza.

“Guerrero se volvió tan inseguro que no había diferencias entre el día y la noche. Entre la vida y la muerte. Entre la pista y la libre. A todas horas se reportaban enfrentamientos, muertes, robos, el saldo más rojo en los últimos años”, cuenta “El Vocho”, un hombre-camión que prefiere no dar su nombre, y que tampoco escatima en los detalles de este relato.

Estaba realmente preocupado de llevar en tiempo y forma esa mercancía de un nuevo que cliente que, potencialmente, habría de hacer crecer su negocio. El gran inconveniente era el horario: debía hacer aquel viaje de noche y, por la relevancia, no quiso delegar la responsabilidad. Tomó sus precauciones y emprendió el camino.

Varios colegas le advirtieron dónde no debía pararse, qué signos pudieran presagiar el peligro y, de ser posible, no detenerse durante su paso por Guerrero. Como siempre se encomendó al primerísimo y, en particular, a San Charbel, como lo hacía desde aquella remota mañana en que su padre lo subió al tracto por primera vez.

“Mire, Mijo. San Charbel siempre nos acompaña en los momentos buenos y malos. Y en los difíciles, con más razón”, recuerda este operador que le dijo su padre hace más de treinta años. Desde entonces no ha tenido tracto que no lleve una imagen del santo libanés.

Su tracto, “El Rey de los Caminos”, no era nuevo, pero estaba bien alineado. Se lo chuleaban mucho. Apenas había tomado la pista cuando se le reventó una llanta. Apenas alcanzó a orillarse y de volada se aventó la maniobra. Aquel rojo que baña el crepúsculo guerrerense acabó por ceder al negro tupido de una noche densa de jueves. Siempre en jueves.

Por muy experto en el oficio, no hay manera de hacerlo en diez minutos. Aun así, “El Vocho” se apuró en cambiar el neumático. Ya le falta poco cuando vio una de las señales casi inequívocas de que algo no anda bien: cinco, seis, tal vez siete camionetas pick up, rodeando a un colega, pasaron a toda velocidad.

Fue un momento decisivo. Detenerse y darles tiempo y espacio, o pisarle para salir rápido de Guerrero. Debía tener como una hora de margen. Guardó sus herramientas y se subió al camión. Lo volvió a pensar y se persignó tras arrancarle un cachito de fe a la imagen de San Charbel.

Apenas empezaba Chilpancingo y tomó la determinación. No pasaron ni diez minutos cuando vio a aquel tracto de atrás con al menos una decena de hombres armados alrededor de sus camionetas. Intentó detenerse antes de llegar a una especie de retén que habían formado varios metros más adelante.

Por el radio se oían avisas, advertencias, recomendaciones. Un colega, quien se hacía llamar el “Monta Vacas”, le dijo: “Compita rojo con caja seca que va frenando, pégate al convoy, pégate al convoy. Si no, no la libramos”.

Ahí ya no dudó. Apenas le hicieron un espacio entre dos camiones, se emparejó y no se detuvo más, hasta Pinotepa, donde se enteró, también por el radio, que un par de colegas no lograron subirse al convoy y también fueron asaltados con toda la impunidad de aquella región salvaje.

Aquel cliente no le volvió a encargar más fletes y no ha tenido necesidad de regresar por aquel tramo de la capital guerrerense ni en la Costa Chica, de donde seguido la brisa del Pacífico trae saldos cruentos y malas nuevas. El Vocho recuerda el incidente como una anécdota casi peligrosa. Se ríe e, incluso, hace una broma sobre lo que pudo pasar. En realidad sabe que estuvo cerca desde perder la carga o quedarse ahí. Mientras, sigue contando historias sobre esta remota Autopista del Sur.