Son las seis y media de la mañana. Luis Antonio García abandona el parador mexiquense en el que intentó, sin éxito, dormir unas horas. Entre el insomnio y la realidad, su cabeza no deja de pensar muy fuerte. Lleva ya cuatro meses maldurmiendo, malcomiendo y malviviendo. El trauma, el miedo y las pesadillas lo acompañan siempre. La ansiedad de la carretera.

Luis tiene 42 años de edad y lleva más de 20 siendo operador. Justo en ese momento en que empieza a tomar camino, recuerda los días en que todo esto era nuevo para él: desde niño había querido ser trailero y al final lo había conseguido, así que en ese momento todo era disfrutar. Su trabajo era su vida y el tractocamión era su casa. No quería bajarse nunca. 

Pero hace tres años todo cambió. A su colega y mejor amigo, Marcos, una bala le arrancó la vida. Fue en Salamanca donde dos vehículos lo interceptaron, lo orillaron y bajaron a golpes; medio inconsciente intentó huir o algo, pero el impacto lo derrumbó para siempre. Luis llegó apenas cinco minutos después y le tocó ver la escena justo cuando los delincuentes se habían llevado todo, dejando el cuerpo a la orilla de la carretera. 

Ese día aparecieron las pesadillas para Luis Antonio y la carretera dejó de ser la fantasía en la que él trabajaba. Durante los últimos tres años, la pesadilla se repetía: el sonido de los motores, el miedo constante a un golpe en la puerta, la imagen de Marcos tirado. Los paradores como foco de delincuencia.

Por si fuera poco, esa semana la presión había sido mayúscula. Tenía que entregar una carga de electrónicos de alto valor en Monterrey en menos de 36 horas. El cliente exigía precisión y su jefe ya había advertido que cualquier retraso era inaceptable. 

A pesar de que la empresa invertía en tecnología de punta –rastreo satelital, cámaras en cabina–, Luis se sentía observado, vigilado, incluso vulnerable. Aunque en la empresa sabían dónde estaba en todo momento, no siempre podían protegerlo.

El tractocamión de Luis Antonio sigue avanzando y sus nervios, su estrés y su ansiedad, también. Cada vehículo que lo rebasa es una amenaza en potencia: él siempre piensa que lo van a alcanzar, a bajar y a robar. Sus manos se aferran al volante con tanta fuerza que la circulación de sus venas se atora en los puños. Le duele la cabeza, el corazón va más a prisa que él. Siente que las fuerzas lo abandonan. 

Ni el café ni el refresco ni las bebidas energéticas lo traen de regreso. Vive en un constante estado de preocupación. La ansiedad del siguiente kilómetro y no saber, nunca, si volverá a casa. Sin descanso. Un viaje tras otro, la vida que se va apagando. 

Cuando se acerca a San Luis Potosí, en el tramo de Matehuala, el sudor de las manos siempre aparece. Siempre hay un robo, un accidente y, en el peor de los casos, otra tragedia, seguramente de algún colega. 

Te recomendamos: ¡Está creciendo el consumo de ‘rines’ en las cachimbas!

Luis se siente solo. Desolado. Baja su ventanilla para escuchar mejor el silencio de afuera, ya que el de adentro se volvió insoportable. Su mente está tan agotada que el repentino claxon de otro coche lo trae de regreso a la realidad y lo hace con violencia, al grado de dar un volantazo que lo sacude no sólo a él, sino a todo el tractocamión con el remolque. Por suerte puede recuperar el control.

Y así continúa su viaje hasta Monterrey, donde entrega la carga en tiempo y forma, y aunque siente alivio, éste dura apenas unos instantes, y se va. El estrés y la ansiedad se han convertido en una fatiga que no se acaba. Luis Antonio habrá de tocar fondo para pedir ayuda e intentar seguir, al igual que nosotros, Al Lado del Camino.

Te invitamos a escuchar el episodio más reciente de nuestro podcast Ruta TyT: