Turísticos del Sureste empezó con un viaje ‘de aventón’ en autobús 

Cuando don Luis Rodríguez era niño, vivían en un pueblo a pie de carretera en la frontera de Chiapas con Oaxaca. Sus padres eran profesores rurales y él era el mayor de cinco hermanos. Entre las pocas horas de escuela y los ajetreados fines de semana no había tiempo para soñar, mucho menos imaginar que algún día fundaría su propia empresa: Turísticos del Sureste. 

Con una infancia de campo, para él y sus hermanos, cada que iban a Tuxtla Gutiérrez parecían vacaciones. Una o dos veces al mes iban a comprar mercancías para la reventa, insumos y hasta medicinas para los vecinos. Su padre tenía un viejo Dodge en el que cabían todos, hasta el perro y la abuelita. 

Hasta que un día el carro se descompuso para siempre y el papá de Luis no pudo ir por mercancía, de tal suerte que mandó a sus dos hijos mayores, por aquel entonces de 11 y 10 años de edad. Ya sabían lo que debían comprar y dónde subirse y bajarse del camión. 

Así lo hicieron, ambos ya muy maduros y listos para la responsabilidad. De ida todo fue bien y en hora y media ya estaban por llegar a la capital chiapaneca cuando se quedaron dormidos. Una vez en destino, el conductor los despertó y les dijo que ya habían llegado. 

Rápido, Luis despertó a su hermano y se bajaron del camión. Empezaron a caminar hasta llegar al lugar donde habrían de comprar casi todas las mercancías; el señor del negocio ya los conocía y les despachó lo mismo de siempre. 

Cuando tenían que pagar, descubrieron que ya no tenían la bolsita en la que guardaban el dinero. Lo primero fue el horror, y después la preocupación y el estrés de no saber qué había pasado. El señor los vio, primero con desconfianza y después con empatía, y les preguntó que qué había pasado. 

Intentaron explicar que se habían quedado dormidos, y como ya eran clientes, les dio la mercancía, para que la pagaran después. Para que al menos tuvieran con qué recuperar lo perdido. 

De regreso a casa no tenían para el camión, ya que les dio pena pedirle dinero al comerciante, así que Luis y su hermano se pararon en un estacionamiento donde los autobuses turísticos dejaban y recogían paseantes. 

Pidieron favor, aventón, ofrecieron lavar coches, algo. Hasta que un señor que traía el autobús más pequeño y modesto que había escuchado la historia, se les acercó y les dijo que él podía acercarlos casi hasta su pueblo, que él iba para allá. Así fue y ahí cambió todo.

El bus iba casi lleno y los hermanos iban hasta delante, con las bolsas encima de ellos, pues no les dio confianza echarlas al maletero. Luis le preguntaba al amable conductor sobre su trabajo, si ganaba bien, si estaba pesado o cómo es que había llegado a comprarse un vehículo como ese. 

Mientras el hombre le iba respondiendo, Luis lo imaginaba; se imaginaba. Cuando llegaron al punto en el que habrían de bajarse, el chofer le dijo a Luis que si quería trabajar con él, podía enseñarle a manejar y todo sobre el negocio, que se presentara el próximo viernes en ese lugar a las tres de la tarde con su mamá o su papá para explicarles cómo sería. 

No lo dudó. Apenas llegaron a casa y contaron lo sucedido, sus padres, en lugar de regañarlos, los felicitaron porque supieron cómo resolver el asunto, aunque ellos sentían que no habían hecho gran cosa. También contaron sobre la oferta de trabajo, y su papá lo vio bien, así que los llevó el próximo viernes. Todo ese fue el preámbulo de Turísticos del Sureste. 

Hasta el nombre fue adaptado porque el nombre de la empresa de aquel mentor era Turísticos del Sur, de tal suerte que Luis sólo agregó el “este”. 

Lavando el bus, cobrando, aprendiendo la talacha hasta que a los 12 años ya sabía manejar la unidad, aunque siempre en patio y tramos más bien cortos. Igual su hermano, los dos siguieron trabajando para el señor y también siguieron yendo a la escuela, pues de esto dependía su prometedora carrera como empleados.

Una vez que tuvieron la edad sacaron sus licencias para conducir y empezaron oficialmente como operadores de transporte turístico, hasta que Luis vio la oportunidad de endeudarse para comprar su propio autobús y crear su propia operación, siempre siguiendo los pasos de su mentor, quien nunca dejó de apoyarlo. 

Así fue como al fin se consolidó Turísticos del Sureste, una empresa que ahora ya va en la segunda generación de la familia, pues los tres hijos del fundador ahora son quienes se hacen cargo de la operación, además de que ya entrenan a sus respectivos hijos, para cuando les llegue el momento. 

Todos conocen esta historia y siempre que la cuentan, sonríen al imaginar a esos dos hermanos que pidieron aventón para cambiar el rumbo de la vida. Hoy, Turísticos del Sureste cuenta con una flota de más de 30 unidades que andan por todo el centro y sur del país.

Entre sus planes está la institucionalización y el gobierno corporativo, pues saben que es el paso natural de las empresas familiares interesadas en construir un futuro saludable y con crecimientos orgánicos.

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