En la Sierra de Puebla hay mucho más que árboles, veredas y algunas casas de barro y cañabrava; de hecho, a inicios de este milenio hubo un incidente que originó una serie de sucesos que hoy hacen posible esta historia, la historia de Fletes Canario, una mediana empresa de transporte que surgió en medio de un aguacero.

En el año 2001, Raúl Sánchez había cumplido 30 años y, entre otras cosas, se dedicaba a abastecer un dispensario local en el que la gente de Tlatlauquitepec se atendía las gripas, diarreas y algunos males menores con el médico que los visitaba todos los miércoles. 

Usaba su automóvil particular y llevaba medicinas y víveres sin fines de lucro. Prácticamente toda su familia era originarai de ese pueblo mágico y, aunque a él ya le había tocado nacer en Chignahuapan, su ayuda era un asunto de convicción, de ayudar a la gente que, al final seguía siendo su familia. 

A Raúl lo apodaban el canario porque desde niño se la pasaba silbando melodías que le enseñaba su abuela. Una vez que aprendió a chiflar, no hubo quien pudiera hacerlo callar, además de que en realidad esos sonidos resultaban melodiosos para su familia: era la música en casa.

Pero hace 22 años, en aquel remoto 2001 y antes del nacimiento de Fletes Canario, Raúl se encontraba despachando vendas, desnfrioles y jarabes para la tos en el dispensario cuando el cielo se puso gris y el viento empezó a soplar tan duro que parecía película de terror. Aunque su casa no era tan lejos, un pariente le dijo que si quería se podía quedar a dormir en su casa.

Todavía lo estaba pensando cuando se abrió la llave del cielo y no dejó de caer agua durante quince horas, pero no era una lluvia normal. Todavía la gente lo recuerda como el diluvio de los milagros, porque después de eso, la vida en el pueblo cambió drásticamente.

En plena tormenta varios techos de las casas en la sierra empezaron a desprenderse y dejaron al descubierto a decenas de personas que no tenían dónde cómo guarecerse. El cura de la iglesia tenía una vieja camioneta Ford que casi no utilizaba, y fue justo esa con la que Raúl empezó a traerse a la gente para que pasara la noche en el pequeño templo de la comunidad. 

Una vez que terminó de trasladar a las personas, éstas le pidieron recuperar lo más que pudiera de sus cosas: pequeñas televisiones, cajas con documentos, algo de ropa, una bicicleta y hasta peluchos para los niños. No recuerda cuántas vueltas dio, pero sí recuerda que le prometió a su abuela siempre ayudar a la gente del pueblo. Y por eso no se detuvo hasta que se acabó la gasolina.

Los afectados no sólo estaban a salvo, sino también estaban agradecidos con Raúl porque se le notaba el gusto por ayudar. Con lo poco que les quedaba intentaron pagarle, pero él nunca aceptó ni una moneda, ni un suéter y tampoco alguna gallina ofrecida por el esposo de una pariente ya muy lejana. 

Tras esa experiencia, fue el sacerdote quien le sugirió dedicarse de lleno al tranporte, y no sólo eso, sino que le ofreció la camioneta para iniciar, que ahí se la fuera pagando, que sin duda él le daría un mejor uso ya que no sólo era un medio de tranpsorte, sino una herramienta para ayudar. Esa fue la primera unidad de Fletes Canario.

Aquel diluvio afectó a tanta gente que todos necesitaban desplazarse y llevar sus cosas, así que Raúl se dispuso llevarlos a todos, sólo con la condición de que pagaran la gasolina. Y así fue. Durante más de un mes se la pasó llevando y trayendo a familias entre la sierra, el pueblo e, incluso, algunos hasta la capital poblana. 

Era tal su vocación de servicio que todo mundo lo recomendaba y quienes lo veían trabajar le pedían pequeños fletes, viajes locales, que si podía llevar este paquete para allá o pasar por un encargo acá. Hoy recuerda que había viajes en los que cada persona pagaba 100 pesos y lograba juntar hasta 3,000 en un día. 

Fue en ese momento en que se decidió, así que vendió su coche para pagarle al señor cura y dedicarse de lleno a esto. Se corrió la voz y ya no se daba abasto. Incluso un padrino de su hermana le vendió una camioneta más grande y también muy rápido se llenó de viajes. 

Él cree que todo fue una bendición porque nunca lo hizo por negocio ni por dinero, pero se dieron las condiciones y fue la misma gente afectada quien le ayudó a él a crecer Fletes Canario, una empresa honesta, trabajadora y que siempre ha dado empleo a las mismas personas del lugar.

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Hoy ya cuenta con servicio nacional, con tractocamiones, rabones y camionetas de tres y media. Todos sus operadores son poblanos y tiene presencia importante en el sureste mexicano.