Cuando Juan tenía diez años murió su mamá. Él no entendía bien qué era el cáncer, pero sabía que era muy malo. Tanto como para llevarse a su mamá. Desde entonces su padre y él se volvieron mucho más unidos hasta que también su padre falleció, apenas seis años después. Su legado fue Fletes Arreola, una pequeña empresa que él tomó su gran proyecto de vida.

Desde niño se interesó por el camión de su padre. Todo el tiempo metiéndole mano, enchulándolo. Le ayudaba a lavarlo, le pasaba las herramientas y lo acompañaba a todos lados cada que podía. En esa primera infancia, la empresa familiar tenía tres vehículos y su padre manejaba uno. Todavía no se llamaba Fletes Arreola

Su mamá se dedicaba a la administración y Juan era hijo único. Repartía su tiempo entre la escuela, los juegos de la calle y el taller de su padre. Hasta que falleció su mamá y sintió que algo dentro de él y también de su papá había muerto también. 

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Aunque terminó la primaria y después de la secundaria, él sentía que debía cuidar a su padre. Ayudarle en todo lo que pudiera y hacerse cargo de la casa y de las cosas cuando éste se ausentaba días enteros. Su abuela y un tío le daban sus vueltas, pero él sentía que no lo necesitaba. 

Cuando terminó la secundaria su padre ya tenía cinco camiones y seguía manejando, con la intención de ir creciendo y renovando la flota. Juan ya no quería seguir estudiando, pero su padre le decía que su madre estaría muy contenta y muy orgullosa. Igual y si después quería manejar o seguir con la empresa, lo podía hacer, pero que no dejara de estudiar. 

A mitad de la prepa una complicación cardiaca llevó a su padre al hospital y ya nunca salió. Aunque tenía tíos, a su abuela, Juan les dijo que solo terminaría el bachillerato y se haría cargo de la empresa. Ellos intentaron convencerlo de vender todo y garantizar sus estudios universitarios. Se negó. 

Así fue como recibió Fletes Arreola como su herencia. De hecho ponerle este nombre fue lo primero que hizo, para inmortalizar el apellido de su papá. No fue la herencia más importante porque de pronto se dio cuenta que su padre le enseñó todo lo que había que saber, ahora solo tenía que ponerlo en marcha. Y eso hizo, con la ayuda de los operadores de la empresa y una prima lejana que fungió como contadora tras la muerte de su madre. 

No solo le fue fácil manejar en carretera, sino que también le sabía a los números. A la distancia, 20 años después, reconoce que no habría podido continuar con el legado familiar sin el gran equipo que había construido su padre y que él se había encargado de crecer y consolidar.

En algún punto pensó entrar a la universidad, pero se decantó por entregarse de lleno al legado de su padre. Ya cuando él formó su propia familia y tuvo hijos, se dedicó en cuerpo y alma para educarlos como él había sido educado. 

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Cuando su cliente más importante dejó de darles carga también estuvo tentado a renunciar. Más de la mitad de su flota estaba dedicada a esa operación, pero en lugar de tirar la toalla lo vio como un reto. A ver si era capaz de salir de esa. 

No fue fácil y trabajó hasta 16 horas diarias para mover sus camiones. Aprendió la lección y no colocó todos los huevos en la misma canasta. El tiempo le dio la razón y la empresa siguió creciendo. 

Ahora emplea a casi 50 personas y sus dos hijos quieren seguir sus pasos. Recuerda a sus padres y siempre les pone la misma condición: seguir estudiando. 

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