Así como hay miles de casos en los que se dice que una persona nace con el balón pegado a los pies o que hay traileros desde la cuna, el caso de Miguel Ángel “El Motor” Valdés es exactamente así, sólo que en ambos casos: el tractocamión y el futbol siempre han sido sus grandes pasiones. Y para su fortuna, siempre ha podido alternarlas, o bueno, casi siempre. 

Lo de “El Motor” como 10-28 se lo debe al futbol, ya que desde niño, su primer entrenador le dijo así porque nunca se cansaba, además de que en muchos partidos él era el que “cargaba” al equipo, el que lo hacía moverse. 

Originario de Tlaquepaque, Jalisco, su abuelo paterno le inculcó el amor por el Atlas, de tal manera que todo en su vida ha sido rojinegro y, por supuesto, años después su primer tractocamión también tenía los colores de la huelga. 

Desde niño se la pasaba jugando al futbol en los patios, parques y lotes baldíos de su colonia; justo al terminar se tomaban un refresco a la orilla de la avenida para ver pasar los tractocamiones; imaginaba que de grande sería trailero y futbolista profesional. 

Una vez que cumplió 10 años, su padre, herrero de oficio, le pidió que se fuera a trabajar por las tardes con uno de sus hermanos que tenía un taller diésel, para ayudar con los gastos del hogar, pues la familia seguía creciendo y, al ser el mayor, la tradición mandaba que tenía que ponerse a mano. 

Más que una obligación o un trabajo, Miguel Ángel lo vio casi como un sueño, pues con su tío podía ver los tractocamiones por dentro. Entender cómo funcionaban y a veces hasta arrancarlos e intentar moverlos. 

Eso sí, los domingos, religiosamente, sacaba su maleta lista con los tacos, calcetas, espinilleras, vendas, short y pomadas para batirse en los tradicionales duelos con las colonias vecinas; acumuló varios trofeos como goleador del torneo y nunca dejó de correr mientras estuvo en la cancha. 

A los 15 años, la encrucijada se presentó de forma cruel. Un visor del Atlas lo invitó a probarse en las fuerzas básicas, una oportunidad que muchos soñaban. Al mismo tiempo, su tío le ofreció un puesto como ayudante de mecánico con la promesa de enseñarle el oficio de trailero. La decisión lo atormentó. 

¿El brillo de los estadios o la inmensidad de la carretera? Tras noches de insomnio, Miguel, con una madurez sorprendente para su edad, eligió el camino menos glamuroso, pero que sentía más suyo: el taller y la carretera. «El futbol siempre estará ahí para jugar, pero la oportunidad de aprender este oficio no», se dijo.

Los primeros años fueron de sacrificio puro. Durante la semana, Miguel trabajaba en el taller, ahorrando cada peso. Los fines de semana, jugaba en su equipo de siempre, «Los Halcones del Barrio», desahogando en la cancha la energía acumulada y el anhelo de los kilómetros. 

Fue a los 22 años, con su licencia federal en mano y los ahorros suficientes, que Miguel compró su primer camión, un International un poco cansado, pero con un motor que él mismo había reparado con sus propias manos. Hasta le puso una cromática en el parabrisas que decía “El Kaiser”, por Rafa Márquez. Su intención era tener una flota con cada nombre de sus ídolos de la infancia y juventud. 

Se convirtió en un trailero de tiempo completo, moviendo carga para una empresa de paquetería entre Jalisco y la Ciudad de México, con viajes ocasionales al norte.

La clave para alternar sus pasiones fue la disciplina y una gestión de tiempo casi militar. Durante la semana, se concentraba al 100% en la carretera. Mantenía su camión en perfecto estado para evitar averías, planificaba sus rutas para optimizar los tiempos y regresaba a Tlaquepaque siempre, para el partido del domingo. 

Sus compañeros traileros se reían al principio: «¿El Motor? ¿Con esas piernas cansadas, vas a correr por un balón?» Pero pronto vieron que Miguel llegaba el lunes tan fresco como si no hubiera tocado una cancha. 

La actividad física lo ayudaba a liberar el estrés de la semana en la carretera, y la camaradería del equipo le daba la conexión humana que la soledad de la cabina a menudo le negaba.

En la cancha era el líder, el goleador, el que inspiraba a sus compañeros. En la carretera era «El Motor» que siempre llegaba a tiempo, el que nunca fallaba. Su historia se convirtió en una leyenda en la liga llanera y en algunos paradores.

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 Demostró que no tenía que elegir entre sus pasiones, sino que podía alimentarlas mutuamente. La disciplina del deporte lo hacía un mejor operador, y la libertad de la carretera, un jugador más creativo.

Hoy, a sus 45 años, Miguel sigue activo en ambas facetas. Aunque conserva al “Kaiser” ahora maneja “El Principito”, por Andrés Guardado. Su Kenworth es ahora un modelo más reciente, y Los Halcones del Barrio han ganado varios campeonatos. 

El ruido del motor y el silbato del árbitro siguen siendo la banda sonora de su vida, una historia donde el asfalto y el pasto se unen en un solo camino, el de sus dos grandes amores.

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