Juan Pablo tiene sueño. Bosteza profundo mientras su mano tantea para encontrar el termo de café que recién llenó en la última parada. Por las bocinas del Titán, su tracto, salen canciones con buen ritmo, pero que ahora no sirven de mucho, pues ni siquiera este operador, que gusta mucho de la danza en las fiestas, las canta ni las tararea. 

No puede dormir, pues trae el tiempo justo para entregar la carga, así que mejor intenta distraerse con los colegas en el radio. Pone atención a lo que van contando y se entretiene intentando hilar la historia que cuenta “El Chivo”, un operador al que se le apareció el charro negro de camino a Guadalajara. Hasta simpática le parece la anécdota.

La noche es negra, sin estrellas, y la luna apenas es una uña pálida. Lleva más de 10 horas conduciendo y la espalda le duele. Sus ojos sienten el peso de las horas. Es en ese momento cuando sucede algo que él sigue sin poder explicar, y como desde siempre ha sido católico, se lo atribuye a dios. No un milagro, sino una visita o un aviso o cualquier acto divino. 

Justo al pasar Matehuala, en un tramo donde la oscuridad era tan densa que apenas se veía el frente del camión, logra ver una figura en el borde de la carretera. Era una mujer en medio de la nada. Su primera impresión es de incredulidad, pues no da crédito de lo que ve. 

Ahora está preocupado porque no logra entender qué hace una persona ahí, a esa hora, justo donde no hay nada alrededor. El pueblo más cercano debe estar por lo menos a 10 kilómetros. 

No está seguro si debe detenerse, pero al final lo hace. Incluso repara en que ya no tiene sueño y el cansancio simplemente desapareció. Era una mujer alta y delgada, vestida con un sencillo vestido blanco, que parecía flotar sobre la negra noche.

Su cabello oscuro caía sobre sus hombros. Cuando Juan Pablo baja la ventanilla del copiloto, ella levanta la mirada. Su rostro es pálido, casi translúcido bajo la escasa luz emanada del camión. Pero sus ojos… esos ojos tienen una profundidad que le hiela la sangre. No son ojos que ven, sino que sienten. 

—¿Necesitas ayuda? —pregunta, con una voz extrañamente débil. 

Ella no responde. Sólo asiente con la cabeza y extiende la mano para subirse al vehículo. Él siente una extraña confianza y hasta se conmueve y la ayuda a subir. 

Lo que sí nota él es que ella trae frío, es decir, inundó la cabina con una temperatura tan baja que parecía ser de madrugada. Igual echó a andar el camión y no sabía bien cómo interrogarla o preguntarle de dónde venía, a dónde iba o porqué estaba sola a esas horas y en ese lugar. 

En su mente intenta armar un diálogo que se entorpece cada vez hasta que al fin atina a decir:

—¿A dónde te diriges? —

Ella gira lentamente la cabeza hacia él. Sus ojos se clavan en los de él. El azul pálido que había visto antes ahora parecía irradiar una luz propia, muy tenue, pero visible. Y entonces, por primera vez, habla. Su voz es un susurro gélido, como el viento entre las tumbas. 

La curva de la Desesperación.

Un escalofrío recorre todo el cuerpo de Juan Pablo. Conoce esa curva, que está unos kilómetros más adelante, muy famosa por ser un punto negro que ha cobrado muchas vidas. 

—¿Por qué dice eso? —

Ella regresa su mirada al frente y el silencio volvió a llenar la cabina, ahora con mucha más tensión. Ahora él siente un miedo indescriptible, pues el frío ya es insoportable. Y enseguida siente la ausencia. La mujer desapareció. Ya no está. ¿En realidad, estuvo, soñó, lo imaginó, está despierto? Ya no sabe nada, sólo siente mucho miedo. 

Y así llega a la famosa curva de la Desesperación. Busca las señales, el peralte, cualquier indicio, pero sólo pudo frenar tanto para pasar despacio, ya que justo en la última parte de la curva había un accidente, que parecía muy fuerte. 

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Alcanza a llamar a emergencias y se detiene un poco. No está seguro de lo que acaba de pasar, pero sí de que quizá aquella mujer intentó advertirle del accidente. Nunca ha podido explicarlo con lógica, y hasta hay colegas que cuentan que les ha pasado algo similar, pero tampoco le quita el sueño para continuar, al igual que nosotros, al Lado del Camino. 

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