Aunque Miguel Ángel Velázquez (10-28 El Pantera) todavía era un niño cuando su madre se los llevó a él y a sus hermanos a Estados Unidos en busca de un mejor futuro, desde siempre supo que quería dedicarse a algo relacionado con los vehículos. 

Mecánico, piloto de la Fórmula 1, ingeniero, desarrollador, en fin, sabía que las posibilidades eran muchas, pero en la década de los noventa para él todo era incierto, en un país distinto y cuando apenas tenía la primaria. 

Así que se enfocó en la escuela mientras se adaptaba a la nueva vida; se hizo de amigos, aprendió inglés y la adolescencia le llegó de golpe, junto con las dudas, las crisis y la identidad que se empieza a moldear hacia el futuro. 

Aunque le entró la curiosidad por estudiar algunas carreras totalmente alejadas de la industria automotriz, cuando terminó la preparatoria ya no pudo estudiar, pues tenía que trabajar y, no lo sabía, pero también habría de casarse y ser padre demasiado joven. 

En eso estaba cuando tuvo que buscar algún trabajo que le permitiera tener la solvencia económica suficiente para mantener un hogar y formar una familia. 

Un amigo le recomendó entrar a trabajar en una línea de transporte, que sería fácil aprender y que él podía enseñarle. Eso fue apenas empezado el siglo XXI y, en efecto, todo resultó muy sencillo y cuando se dio cuenta, ya estaba haciendo sus primeras maniobras en un tractocamión. 

La mayoría de sus compañeros era de origen latino, así que la camaradería y amistad se dieron muy rápido, y se sintió acogido por lo que se convertiría en su segunda familia. 

Como mandan los cánones y como varios de ellos habían sido operadores en México, a Miguel le tocó su bautismo y lo apodaron “El Pantera”, sólo por ser moreno. 

No le disgustó y llevó consigo ese 10-28 mientras duró, pues en sus siguientes trabajos ya no se estilaba tanto llamarse por el alias. Pero lo recuerda con cariño, pues fue su primer apodo de trailero. 

Aprendió bien y le gustó mucho, pues pudo conocer todo el territorio estadounidense, que no es poco, y también descubrió las maravillas naturales que le ofrecían los amaneceres y el ocaso o el cielo estrellado. 

Recuerda que hace veinte años ganaba mucho dinero, tanto que rápido pudo comprarse una casa y un coche, además de que su familia vivía muy bien y nada les faltaba. O bueno, casi nada.

El Pantera sabe que se trata de un trabajo lleno de sacrificios, pues ha tenido que estar fuera de casa mucho tiempo, se ha perdido fechas especiales, cumpleaños y momentos que no volverán. 

Haber sido el proveedor implicó algunas ausencias, pero ahora se da más tiempo para estar con sus hijos, con su esposa y salir para crear nuevos recuerdos. 

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A él ya no le tocó ser operador en México, pero sabe que no es fácil la situación de este lado, pues ha conocido a decenas de colegas que llegan allá y le cuentan sobre las condiciones en las que solían trabajar. 

Hacia el futuro le gustaría comprar su propio tractocamión, ya que hace algunos años lo intentó, pero dejó de ser buen negocio, sin embargo, estaría dispuesto a volver a intentarlo. 

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