Aquella tarde, Juan Carlos estaba por llegar a Ciudad Sahagún con buen tiempo. Debía entregar el flete a las seis de la tarde y llegaría un poco antes. En su mente repasaba los pendientes para el resto del día y le hacía ilusión llegar a casa para cenar con su familia. Hacía ya un mes que había salido y como se le juntaron otros viajes no había podido volver.
Iba por el Arco Norte cuando patrullas del Estado de México lo detuvieron. Le pidieron los papeles y sin razón aparente le quitaron el tracto. Más tardó uno de los uniformados en hacer una llamada cuando ya estaba ahí una grúa, sin placas. Subieron al conductor a una patrulla y lo llevaron a cualquier lugar.
Alguien, que no llegó con la grúa ni portaba uniforme, se subió al tractocamión y emprendió el camino, escoltado por patrullas y el vehículo de rescate. Ya en la carretera México-Texcoco, en el cruce de Tepexpan, el camión detenido se quedó sin diesel.
Ahora sí, el gruyero hizo lo suyo. Al enganchar la unidad, en la maniobra, le tiró la defensa. No reparó en el daño y siguió con la indicación de la docena de policías estatales que reunieron alrededor del vehículo.
Desde que desapareció el conductor, el dueño del camión observó el cambio de rumbo de la unidad, gracias al GPS. Reaccionó de inmediato, pues creyó que se trataba de un robo. Intentó comunicarse con el operador, pero al otro lado de la línea reinaba el silencio. Solo se escuchaba el silencio.
No estaba tan lejos del lugar y emprendió el camino siguiendo la señal en su teléfono móvil. Justo llegó al lugar cuando hacían la maniobra con la grúa. Desde el principio también había llamado al Sindicato Nacional de Operadores del Servicio Público Federal, una agrupación que representa a conductores y pequeñas empresas del sector.
Luego de enganchar la unidad también llegó uno de los líderes sindicales. Apenas bajó de su vehículo personal fue directo contra la persona a bordo del tractocamión confiscado y lo increpó. Lo retó, incluso, a los golpes, pero el otro no accedió, se quedó dentro de la unidad.
Enseguida fue con los uniformados para preguntar el motivo de la detención, no en un tono más amable. Ninguno supo responder. Los que eran doce se iban segregando y no se podría decir si temían de quien los increpaba o de su teléfono celular grabando la escena.
“Ahora resulta que no hay motivo para la detención. Entonces me bajan ese tractocamión ahora mismo. Vean, la grúa ni placas tiene. Basta ya de sus abusos”, gritó mientras grababa y confirmaba los detalles de la escena. Nadie le daba razón.
Ahí fue donde el dueño del camión le explicó lo sucedido. Alguien aprovechó que el líder sindical se subió a su auto para cerrar el paso a otros automovilistas, y dio la indicación al de la grúa. Le dijo que desenganchara la unidad, que no había razones para seguir adelante.
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Obediente, el de la grúa se disponía a cumplir la orden. El dueño del camión le pidió al líder que les dijera que al menos lo bajaran unos metros atrás, en una gasolinera. Así fue, la exigencia fue tal que nadie objetó. Incluso obstruyeron la vialidad de este cruce tan transitado.
Todo se hizo como lo ordenó el representante de los operadores. De pronto ya no había uniformados ni patrullas y el gruyero no hizo más que desaparecer. Ya eran mucho los curiosos que, incluso, grababan también la escena con sus móviles.
Varios se acercaron para reportaron otro tipo de abusos y anomalías no solo de los estatales, sino de los municipales. El líder sindical les decía que siempre debían denunciar, no dejarse, no callarse. “Solo así se acabarán los abusos”, dijo. Solo así podrán circular de forma libre y segura en esta remota Autopista del Sur.