Raúl viaja en su tractocamión a 50 kilómetros por hora sobre la autopista México-Pachuca. Carga 20 toneladas de papel y escucha canciones noventeras en el FM de su radio. No desayunó y por eso siente un vacío en la panza, pero prefiere apurarse para hacer más hambre y llegar directo a la fonda de doña Yola donde cocinan un mole verde de envidia. 

Ha sido conductor de autotransporte por más de 10 años y, por fortuna y también por pericia, no ha tenido un solo accidente ni incidente vial. Su mentor, un operador de la vieja escuela al que conoció en su primera empresa, le había dicho que los mejores no eran los más rápidos ni los que traían el mejor carro, no. Los meros buenos eran los que no tenían accidentes. 

Por aquellos años, cuando apenas rebasaba los 20, Raúl le preguntó que entonces qué pasaba si eras buen conductor y la imprudencia o el descuido venían de otro vehículo. ¿Qué pasa si yo voy bien y el otro me choca?

Ah, también eso se puede evitar, le dijo. ¿Cómo? El chiste de este trabajo no es saber mover el camión ni calcular bien las dimensiones, eso es lo fácil. El verdadero reto está en observar, en ser sensible a la carretera. 

Raúl no entendía a qué se refería y de pronto se perdió imaginando la 57 llena de autos, de camiones y de buses. Pensó en su maestro observando. Qué es lo que ve, qué es lo que siente, qué significan sus palabras. 

Aquellos años de instrucción se guardaron en la memoria de Raúl con un dejo de nostalgia filosófica, ya que aquel operador que le enseñó a manejar siempre hablaba con metáforas y no siempre le explicaba a detalle lo que decía. Para él era como un reto que se llevaba de tarea hasta que entendiera la lección en turno. 

Un día en que se subió al tracto con él, todavía con los primeros soles de esta historia, el gurú le iba explicando: mira, ese coche va demasiado rápido y cambia de carril todo el tiempo para rebasar. Sin duda trae mucha prisa, pero prisa por acabar esta carrera. Raúl pensaba en el camino, en el viaje, pero también en la vida y la muerte.

Ese coche va demasiado lento, tanto que resulta peligroso, ya que esta vía es de alta velocidad. En muchas ocasiones la gente cree que ir despacio es ir seguro y no necesariamente. Mira cómo ese no usa las direccionales y este otro va demasiado pegado al de adelante. 

Aunque hay clases de manejo a la defensiva, le decía, esto es lo que uno aprende en la carretera. Hay que saber leer los caminos. Adelantarse, evitar riesgos, acelerar o frenar según sea necesario. Sí se trata de evitar accidentes, pero sería mucho mejor si los predices y no llegas al momento en que tienes que dar un frenón o un volantazo de emergencia. Es como frenar en amarillo y no cuando ya se puso el rojo. 

Ahora el estómago le recuerda que hace hambre, que se apure. Pero justo cuando más prisa tiene es cuando Raúl le echa todos los ceros como se dice en el argot trailero, es decir, es más cuidadoso y pone más atención, ya que ha visto a decenas de colegas que han tenido accidentes porque ya les urgía llegar. 

De pronto lo rebasa un vehículo deportivo por el carril de alta. Al menos debe ir a noventa y acelerando. Casi por instinto él baja la velocidad, pero en la carretera no hay muchos coches, así que continúa a 50 y decide subir un poco la velocidad. Enseguida otros dos vehículos también lo pasan y pareciera que van echando carreritas. 

No le da buena espina y sintoniza el radio comunicador para ver si hay algún reporte o alguna novedad más adelante. Nada. Ahora es una camioneta la que se le pega atrás y un poco como que lo empuja, se le pega demasiado. Son dos carriles y Raúl no tiene más a la derecha, así que pone su direccional hacia este lado para indicarle al de atrás que puede rebasar. No lo hace. 

No lo entiende, pero tampoco acelera ni baja la velocidad. Incluso saca la mano para indicarle que puede tomar el carril de alta para continuar, pero no recibe respuesta. Al final pone las intermitentes para orillarse sobre el acotamiento, pero ya no es necesario porque al final lo rebasa y acelera fuerte. Se pierde en el camino. 

Apenas unos instantes después, un colega lo alcanza y se nota que trae el pie pesado y también viene cargado. Otra vez baja la velocidad y decide poner las intermitentes, ya que nota que el compañero en realidad viene muy rápido. Raúl sabe que es un riesgo innecesario y altamente peligroso. Lo rebasa muy rápido. 

Más adelante es cuando se juntaron todos los riesgos. Una olla de presión que no aguantó más y terminó por explotar. De lejos vio cómo el colega que lo había rebasado fue a estamparse con los dos coches que iban echando carreritas y que terminaron impactados uno contra otro, a mitad de la carretera. 

Por mero instinto puso las intermitentes y bajó la velocidad para hacer señales a los coches que ya se acercaban. Cualquier otro coche así de rápido habría llegado para unirse al accidente. Funcionó y los vehículos detrás hicieron lo propio para llegar a salvo a la zona del accidente. 

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A Raúl le gusta pensar que si bien lo más importante es cuidarse en el camino, al mismo tiempo puede ayudar para que otros no tengan accidentes. No necesariamente cuidarlos, pero sí alertarlos. Por eso le gusta su trabajo, porque él seguirá, al igual que nosotros, Al Lado del Camino.