La oficina luce impoluta. La luz del mediodía crea una atmósfera cálida y acogedora. Arizai León regresa con una taza de café cuando suena el teléfono de su escritorio. Contesta y la persona al otro lado de la línea pide hablar con alguien que le pueda cotizar una serie de fletes. 

Ella trabaja para la empresa familiar dedicada al transporte. Recibe llamadas todo el día y está acostumbrada a negociar con todo tipo de clientes. Desde los más prácticos hasta los más complicados. 

Cuando la otra persona termina de expresar sus necesidades e inquietudes, ella empieza a preguntar sobre puntos adicionales de los fletes, que si será necesario firmar un contrato por tres, seis o doce meses, que más o menos cuántas toneladas serían… y en eso estaba cuando es interrumpida. 

-Oye, pero necesito hablar con el gerente o algún hombre del área administrativa. No sé si puedas comunicarme con alguien para negociar. 

Ella intenta explicar que justo es su trabajo, que es ella la que coordina, gestiona y en muchos casos cierra las negociaciones con distintos clientes, que sus hermanos están en las áreas operativas, pero que ella es quien encabeza el área comercial. 

-¿O sea que una mujer es la que vende en esa empresa?

-Sí, así es. Yo le puedo dar toda la información que necesita sobre nuestros servicios. 

-Pero ¿no hay algún otro vendedor, un hombre que pueda igual atenderme?

-Sí hay, pero ya lo estoy atendiendo yo, así que si me permite, podemos continuar. 

-¿Sabe qué? Déjeme pensarlo y le vuelvo a llamar. Muchas gracias. 

Apenas dos horas después, el hombre del teléfono volvió a llamar y pidió hablar con ella. Se disculpó y ahora fue él quien intentó explicarle que toda su vida había negociado con hombres, que desde chamaco así había sido y que incluso aprendió a hacerlo en una cantina, que no sabía cómo hacerlo con una mujer, y eso que en casa sí lo hacía con su esposa y con sus hijas.

Ella lo escuchaba y no lograba decidir si estaba molesta o si en realidad comprendía a su interlocutor. Pensó en su padre, en sus tíos y también en su abuelo. Hombre de otros tiempos y con otras costumbres. Hombres a los que ya no es tan fácil cambiar, pero había que hacer algo. 

Después de más de diez minutos de explicaciones y disculpas, ella atinó a interrumpirlo y hasta le dijo que si quería, se podían ver en una cantina, que ella conocía donde la botana estaba muy buena. 

El hombre, seguro con el rostro sorprendido, dijo que no, cómo cree, eso ya era demasiado para él. Ella, en tanto, disfrutó esa pequeña victoria y continuó. Le dijo que si gustaba le explicaría de qué manera podrían trabajar juntos, que si le daba la oportunidad de mover sus mercancías, seguro no se iba a arrepentir. 

El hombre, ya más tranquilo, escuchó a Arizai y pensó que sin duda el mundo había cambiado, que hoy todo es más ancho y que más bien era él quien debía abrir su mente y sus horizontes.

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Ella, en cambio, hacía lo suyo, desde que entró de lleno a la empresa fundada por su padre, descubrió su talento para las ventas y las relaciones, si acaso no son la misma cosa. Y así ella seguirá, al igual que nosotros, Al Lado Del Camino.