Gonzalo está sentado en la sala de su casa. Su padre y su abuelo lo acompañan con un digestivo. Habían quedado de comer para platicar unos asuntos de la empresa. La pandemia redujo su operación casi al cincuenta por ciento y mucho de lo que han hecho en semanas recientes ha sido reaccionar a la coyuntura.

Pero esta historia se remonta cuarenta y siete años atrás, cuando don José juntó sus ahorros para comprar un camión y trabajar por su cuenta. En aquella época tenía tres hijos todavía en la infancia, y pensó que manejando su propio tracto podría ofrecerles una mejor calidad de vida, un mejor futuro. 

Al principio no fue fácil, recordaba don José, pues no tenía muchos viajes y el camión que compró no era nuevo. Decirle seminuevo habría sido un eufemismo, pues como se decía en esos tiempos, ya estaba bastante recorrido. De hecho lo primero que le hizo fue un medio ajuste para seguirlo rodando.

A base de puro trabajo y no rendirse jamás, el papá de José Carlos, Carmen y Constanza logró juntar para un segundo tracto mucho más reciente que “El Toro”, que siguió rodando bastantes años. Como suele pasar en el autotransporte, así comenzó la historia de esta empresa familiar.

Años más tarde, con una flota mediana, José Carlos ya había estudiado para hacerse cargo del negocio, luego de años de auxiliar a su papá prácticamente en todos los renglones. Había aprendido mecánica, planificación de rutas, monitoreo y gestión de riesgos. Don José no dudó en pasarle la batuta y de a poco se fue alejando de la operación, aunque nunca del todo.

En esa segunda generación pasó algo similar, ahora con José Carlos al frente y su hijo Gonzalo aprendiendo el negocio. A ambos les gusto el transporte desde niños y no había quien los bajara del camión. Los dos tuvieron acceso a más oportunidades con el paso del tiempo y el futuro director general de la compañía, incluso, se tomó más tiempo para incorporarse de lleno a la operación, mientras estudiaba y se preparaba más en las mejores escuelas del mundo.

Cuando llegó el momento de cambiar la estafeta una vez más, Gonzalo tenía una visión completamente innovadora para la empresa fundada por su abuelo y consolidada por su padre. El compromiso no era menor y se sentía listo para el reto.

Le tomó años convencer a José Carlos y a don José de implementar un gobierno corporativo, de crear un Consejo, de contratar puestos gerenciales que no fueran familiares ni amigos, sino personal altamente capacitado y que, a la larga, dieron grandes resultados, con un par de excepciones que le echaron en cara a la primera oportunidad.

Ahora, en los tiempos del coronavirus, el tema es crucial y por eso están sentados en la sala de Gonzalo: él quiere convencerlos de digitalizar muchos de los procesos de la empresa. Quiere enfocar buena parte de los esfuerzos e inversiones en comercio electrónico. Quiere combinar el trabajo presencial con el home office del personal cuya función así lo permita. 

Les enseña su proyección, un par de estudios bien detallados sobre las tendencias para el autotransporte a nivel mundial. Pero ellos tienen más dudas que certezas. Sobre todo José Carlos. De alguna manera don José confía en ambos y procura no confrontarlos, pues al final cada no ha sabido dirigir adecuadamente el patrimonio de la familia.

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Gonzalo y su padre se enfrascan en el tema de las inversiones. Para José Carlos siempre fue difícil tomar decisiones que él consideraba agresivas o inciertas. Siempre asumió que su hijo era aventurado por ser joven, pero esta vez, con un golpe del 50% en la operación durante dos meses, le resultaba más difícil aceptar esta propuesta.

Gonzalo se quedó frustrado, porque su padre quería hacer las cosas como las venían haciendo hasta febrero, incluso marzo. Y su único argumento era la reactivación económica. ¿A poco cambiará la forma de transportar las cosas?, decía. 

No llegaron a un acuerdo y dijeron que pensarían las posibilidades. ¿La brecha generacional, la resistencia al cambio, la nueva normalidad? ¿Sería descabellado pensar que el mundo no será el mismo? ¿En serio José Carlos creía que nada cambiaría cuando esto pasara? Pero si ya está cambiando. Cambia todos los días, reflexionaba su hijo, sentado en la sala de su casa.