Desde que le dijeron que tenía que bajar un flete de varillas a Chiapas, no le dio buena espina. Al principio creyó que era por las lluvias de las últimas semanas, pero en el fondo había algo que nomás no le cuadraba: una especie de premonición que intentó apagar con una nueva bocanada de cigarro.

Agarró sus papeles y se subió al tracto. Manejaría toda la noche y estaría llegando a Tuxtla ya entrada la mañana. Había dormido bien y se sentía con ánimos de aventarse el viaje de un jalón con la media hora de descanso obligada, calculaba, por Veracruz.

Ya en el camino, cuando aventó la colilla del cigarro por la ventana, esa misma corazonada se despertó, quizá por la pequeña ráfaga de aire que se metió en la cabina para espantar, también, los primeros signos de la noche en las pupilas de este operador, que prefiere guardar el anonimato. Estiró un poco el cuello, le dio un sorbo macizo a su botella de agua y subió la ventana.

Las líneas de la carretera se repetían infinitas mientras el conductor escuchaba a sus colegas en el radio. Él es uno de esos que solo oye, y casi nunca habla. Le gusta el silencio de su voz y, a veces, se divierte con alguna ocurrencia escuchada con poca interferencia.

Con la luz de aquel jueves que ya lo alumbraba todo, el operador alcanzó a ver ahí al frente una especie de retén. Al menos cinco tractos y unos cuantos vehículos ligeros se orillaban formando dos filas. Policías estatales y gendarmes de la Guardia Nacional hacían la señal de revisión y el conductor hizo lo propio, calculando su lugar en la fila hasta que se detuvo.

Apagó el motor, sacó sus papeles y aprovechó para bajarse a estirar las piernas mientras uno de los uniformados se acercaba para explicarle la situación. En eso estaba cuando le hicieron las preguntas de rutina. Él respondía mientras estiraba las manos con la documentación que avalaba lo que iba diciendo.

—Es de rutina esta revisión —dijo el uniformado.

–Pues todo está en regla, oficial —respondió el conductor.

–Sí, ya nomás que liberen el paso se puede ir. Parece que todo está en orden.

–Ta bueno.

En eso llegó otro uniformado con un perro entrenado para detectar sustancias ilegales. El primero le dijo al conductor que el canino tendría que rastrear todo el tracto para dar por terminada la rutina. Ahora que lo recuerda, el operador cree que ahí fue donde cometió el error.

Acompañó al segundo policía mientras el perro rodeaba la unidad. Debieron ser no más de dos minutos. Cuando volvieron a la puerta del piloto, alcanzó a ver que el primer policía saltaba del estribo. Le volvió la punzada con la que empezó este relato. O mejor dicho, se le volvió más intensa, porque en realidad nunca lo dejó en paz.

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Cuando se juntaron los tres, más el perro, éste empezó a ladrar en dirección a la cabina. Todavía recuerda la complicidad en la mirada de los uniformados, refrendada cuando el primero simuló intentar calmar al animal. El segundo asintió y permitió que el canino se subiera al tracto. Apenas debajo del asiento del copiloto “encontraron” tres pericos y una bolsita de cristal.

Cuando bajaron con lo hallado y el policía se lo enseñó a su colega y al mismo operador, éste lo primero que hizo fue negarlo y argumentar que el primero de ellos se había metido a sembrar las sustancias.

—Yo te vi saltar del tracto ahorita que dimos la vuelta.

—No, pues el perro no se equivoca. Mira nomás todo lo que te encontró. Hay que proceder.

El operador no dudó y subió al tracto para tomar su teléfono y comunicarse con la empresa. Llamó un par de veces, sin éxito. Los uniformados hicieron lo propio. Se comunicaron con alguien y ya le leían la cartilla. Uno de ellos sentenció: “Más te vale arreglarlo aquí, porque allá se ponen más duros y no bajará de 50,000. Cáete con 15 y la libras”.

Quien cuenta esta historia volvió a llamar a su empresa. Le contestaron, les contó y le dijeron que así funcionaba en esa zona, que les diera 1,000 pesos, no más. Incrédulo, impotente, tuvo que hacer su oferta. Regatearon. Al final fueron 1,200 y el conductor volvió a su unidad, para completar su viaje en esta remota Autopista del Sur.