Cuando estaba a punto de llegar a su destino en Delicias, Chihuahua, policías a bordo de una patrulla le indicaron que se detuviera. El conductor acató la orden y orilló su camión. Llevaba mercancías de consumo que no pudo entregar. 

Bajó del vehículo y se acercó a los uniformados que ya lo esperaban, escoltados por tres patrullas de la Policía Municipal de Pedro Meoqui, una pequeña ciudad a orillas del río San Pedro. Era un martes, a las tres de la tarde, cuando el sol de Chihuahua hace apología de La Divina Comedia, por el Infierno de Dante. 

Los policías dijeron que se trataba de una revisión de rutina y le pidieron sus papeles. Una vez más, el conductor hizo caso y entregó la documentación. Uno de ellos recibió un mensaje a través de su radio comunicador y le notificó al operador: “Nos están indicando que venía usted a exceso de velocidad. Debe acompañarnos”. 

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El tono del uniformado era más bien amenazante, según el testimonio de la mujer que acompañaba al operador y que en ese momento sacó su teléfono para empezar a grabar la escena. El conductor negó la acusación y pidió de vuelta sus documentos. 

—No se va a poder. Usted venía a exceso de velocidad. Más le vale cooperar y que nos acompañe. Otro que se quiere pasar de listo —agregó, ahora dirigiéndose a su compañero. 

El conductor se alteró, alzó la voz y dijo que no tenían motivo alguno para detenerlo, pues con la carga que llevaba y el cansancio del propio vehículo, era imposible que la unidad rebasara los límites de velocidad. 

—Vea nomás el camión y la carga. Cómo va a ser que viniera tan rápido como ustedes dicen. Y ahora resulta que ustedes desde aquí van a tener ojos por todos lados.

—Pues igual lo vamos a detener —replicó el policía cuando otro personaje, vestido de civil, se acercó a la escena. Entre ambos sujetaron al conductor, quien ahora sí opuso resistencia. Esto provocó a los otros dos y, mientras uno lo ahorcaba, el otro intentaba derribarlo. 

La mujer seguía grabando y les pedía que no lo sometieran, pues hacía poco al operador le había dado un infarto, estaba delicado de salud y no había hecho nada. No está segura de si fue por burla, pero hasta uno de los uniformados le dijo que se alejara un poco, para que pudieran hacer su trabajo. 

Tuvo que llegar un tercero para someter al conductor. Al fin pudieron derribarlo, boca abajo, y todavía pidieron refuerzos. Curiosos ambientaron la escena y alguno incluso lanzó insultos a los uniformados por el abuso y la violencia con que sometían al operador. Le decían a la mujer que siguiera grabando, que debía denunciar a los municipales, “ya famosos por este tipo de actitudes vandálicas”. 

Luego de algunos minutos, entre cuatro policías cargaron al conductor y lo subieron a una de las ahora cinco patrullas. El curioso que había increpado a los uniformados le ofreció a la mujer acomodar el camión para que no estorbara y saliera peor el asunto, ahora también con los de tránsito. 

Tras terminar la grabación, la mujer se dirigió al Ministerio Público para denunciar el abuso. No sabía qué tan grande era el mar de la burocracia que la esperaba. Hasta tuvo que pagar lo que no tenía, con tal de que, impunes, los policías siguieran repitiendo el modus operandi, y el conductor volviera a su tracto para seguir rodando por esta remota Autopista del Sur.