Cuando era niño, Hugo Carrillo quería ser futbolista profesional; iba a la escuela porque lo obligaban, pero siempre prefirió la pelota que los cuadernos, y aunque en vacaciones tenía más tiempo para jugar, su padre se lo llevaba al trabajo para que hiciera “algo de provecho”, y aquel fue su primer acercamiento con los camiones, aunque nunca imaginó que él mismo crearía su propia empresa de transporte: Fletes Carrillo.

Con el tiempo la pelota iba dejando de rodar para dar paso a la adolescencia y después la juventud, en la que tampoco se le dio la escuela y mejor optó por irse a trabajar con su padre a una empresa transportista como ayudante general. 

Eso sí, su pericia e hiperactividad siempre le abrieron muchas más puertas de las que se le cerraron. Incluso su padre le decía que no anduviera de metiche cuando estaba preguntándole a los mecánicos sobre una pieza o la falla de un camión, igual que lo hacía con los operadores que seguido le decían que se animara para aprender el oficio del volante. 

Ya tenía un poco de experiencia y se había ganado el cariño de mucha gente en la empresa cuando al fin lo dejaron hacer maniobras de patio; le dijeron que sacara su licencia para que fuera más sencillo que lo subieran al tracto, y así lo hizo, pues en serio que le gustaba aprender.

Casi como le salía cualquier meta que se proponía, a Hugo se le dio la manejada muy bien y muy pronto se ganó el respeto de sus colegas y la admiración de sus empleadores. 

Pintaba para tener una carrera muy prolífica en esa empresa cuando pensó en la posibilidad de independizarse. Ahí en el patio que tenían cerca de Colima había un tracto destartalado, a leguas parecía chatarra, pero se le ocurrió preguntar si lo vendían o lo iban a arreglar o qué planes había. 

El dueño en realidad hacía mucho que lo consideró flota muerta, pero al ver el interés de Hugo le dijo que podía dárselo, que le faltaban muchas cosas, pero que potencialmente podía quedar funcional. Hasta le ayudaría con mano de obra para “desenterrarlo” y le prestaría una grúa para llevárselo a casa. 

Así lo hicieron y en ese momento fue que imaginó su propia empresa: Fletes Carrillo, pues la empresa en la que trabajaba tenía el mismo inicio, pero con el apellido del patrón. Pensó que era la mejor manera de comunicar quién es el dueño de una flota. 

Entre amigos, su propio padre y los ahorros que fue juntando, rápido le echaron montón a la reparación, pintura, llantas, permisos, placas y todo… un total de 14 meses le tomó ponerlo en su punto. Viejito, pero aguantador. 

Ya hasta tenía un par de clientes, de tal manera que apenas pudo, renunció y dio las gracias, pues en realidad también le habían dado la mejor razón para hacerlo, de tal manera que así fue como nació Fletes Carrillo.

De eso ya pasaron casi 15 años, y con el paso del tiempo este antiguo operador pasó de ser hombre-camión a convertirse en una flota pequeña con aspiraciones a ser mediana, ya que al saber qué es lo que no quiere para él, siempre ha detectado el camino por el que no quiere transitar. 

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Así es como se sigue construyendo un sueño que no era sueño, ya que a Hugo no se le olvida que quería ser como aquel otro Hugo que anotaba goles en el Real Madrid y después hizo bicampeones a sus Pumas de la Universidad, pero no se queja, ya que considera que ha tenido mucha suerte en este camino. 

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