Cuando empezó la pandemia, M. resintió luego luego la disminución de transporte. Cada semana se daba dos o tres vueltas a la Central de Abasto de la Ciudad de México y armaba sus rutas principalmente hacia Veracruz, Puebla y Querétaro. 

Con el paso de los años se había hecho de sus clientes y, a base de trabajo y ahorro, se pudo hacer de un segundo camión. No eran nuevos sus vehículos, pero había escuchado que una empresa queretana renovaba su flota cuando los tractos tenían cinco años, además de que los conservaban en buenas condiciones. 

Ya sabía M. que en el mercado más grande del mundo había comisionistas, como en muchos centros de carga en el país. Esas personas que por azares del destino son las responsables de repartir los embarques. En muchos otros, una mala práctica que obedece al pago discrecional para cargar más y esperar menos.

Como cualquier otro día, este transportista formó su camión en espera de un flete. Bajó de la unidad y empezó a platicar con sus colegas. Había una inquietud sobre el pago de comisiones, pues una semana atrás hubo un problema en la Central de Abasto porque se presentaron comisionistas “piratas”.

“No, pues parece que ahora nos querían cobrar hasta por el lugar en la fila. Eso me dijeron los colegas y no hice mucho caso. Lo que sí es que ya habían pasado como tres horas y no me salía trabajo. Por mucho yo solía esperar una hora, máximo hora y media. Y nada”.

Marcos recuerda que varios de sus colegas ya habían tomado camino e, incluso, un par de camiones que recién llegaron también habían conseguido flete. Se le hizo muy raro y fue a preguntar con quienes solía cargar. No supieron darle razón de inicio.

Hasta que un despachador le dijo que habían cambiado las reglas, que ahora estaban atendiendo primero y con los mejores viajes a los que pagaban su cuota. Que fueron notificados, los transportistas, que solo había dos comisionistas, que no se dejaran sorprender.

No lo podía creer. Tantos años yendo y viniendo y nunca le había tocado. Es decir, no había tenido necesidad de pagar para que le dieran viajes. Así que lo pensó bien y al final resolvió no participar, pues consideró que se trataba de un abuso.

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Intentó reclamar, platicar con los colegas que llegaban a hacer fila y no consiguió mucho. Consideró hacer una campaña en redes sociales para denunciar estos hechos. Apenas sonaba este rumor cuando un grupo de tres personas lo abordó y le recomendó “no hacer ruido”. 

El tono fue más bien amenazador y M. lo sigue pensando. No está dispuesto a pagar, pero tampoco pretende arriesgar su integridad. No lo han dejado cargar y sus colegas le han confirmado que la situación no está fácil. Ellos prefieren pagar, mientras él no sabe qué le depara el destino en esta remota Autopista del Sur.