Clara Elizabeth Fragoso tenía 17 años cuando se casó en su natal Durango. A esa edad, acaso conocía solamente algunas partes de la ciudad y, sin haberlo pensado o decidido, se dedicó al hogar y a su primera hija. Con el paso del tiempo llegaron otros tres hijos y la situación en casa se volvió más compleja. 

Quince años después, tomó apenas lo necesario y se llevó a sus hijos. La situación del matrimonio era insostenible, por lo que buscó una nueva oportunidad en Nuevo Laredo, Tamaulipas, donde una de sus hermanas le ofreció alojamiento y le consiguió trabajo en el comedor de un despacho aduanal. 

Ella nunca había pensado en un trabajo, oficio o alguna actividad productiva para el futuro. Fue educada para criar hijos mientras el esposo se hacía cargo de la manutención. Sin embargo, en aquel trabajo fue que vio con detenimiento los tractocamiones que todos los días se aparcaban en el patio de la empresa. 

Era tal su necesidad y tan poco lo que ganaba en esa cocina, que un buen día se animó a decirle a uno de los operadores más asiduos que le enseñara a manejar. Para él no supuso ningún problema, así que la instruyó, la aconsejó, le dijo que sacara su licencia y, por fin, ella estuvo lista, pues desde el primer momento le pareció que no era tan complicado como parecía. 

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También su compañero le ayudó a conseguir su primer trabajo como operadora, aunque inició, como todos, con maniobras de patio y, justo entonces, empezó a entender lo difícil que era abrirse camino como mujer en un oficio tradicionalmente de hombres. Desde la infraestructura de las instalaciones, los patios de los clientes y las regaderas, hasta el trato con decenas de hombres que no perdían oportunidad para acercarse con intenciones ajenas al trabajo. 

Desde el primer momento, Clara Fragoso supo que para sobresalir en este oficio no bastaba con hacer las cosas bien o, incluso, muchas veces mejor que otros, sino que tenía que respetar a sus compañeros para que éstos también la respetaran. Ser clara, como su nombre, en cuanto a los límites de la convivencia. 

Y ya son más de 15 años los que esta operadora ha vivido en las carreteras, con el enorme sacrificio de dejar a sus hijos en casa para salir a trabajar. Incluso un accidente la puso en jaque hace cerca de 10 años; sin embargo, su resiliencia y su principal motor, sus hijos, la hicieron salir adelante. 

Además, si bien la necesidad la llevó a este oficio, hoy valora y disfruta la posibilidad de viajar, conocer y manejar por diferentes lugares, como Estados Unidos, en donde recientemente incursionó, siempre con la mejor actitud y disposición. 

Le gusta mirar al pasado y sonreír, satisfecha por todo lo que ha logado, y también celebra que sean cada vez más las mujeres que pierden el miedo o la pena y se suben al camión, a pesar de los grandes retos de este trabajo, como el tema de la inseguridad, pues los delincuentes, en eso, no discriminan. 

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En el futuro, Clara Fragoso se ve capacitando y compartiendo sugerencias y consejos con más mujeres, ya que si bien sus hijos ya crecieron, ella sabe que la mejor forma de contribuir a que el autotransporte sea un oficio cada vez más digno, es compartiendo las buenas prácticas e intentando erradicar las que no suman. 

Por último, Clara Elizabeth hace un llamado a las empresas de autotransporte para que también rompan paradigmas y sumen a más mujeres a su operación, que les den la oportunidad, pues verán, afirma, que los resultados pueden ser tan buenos e, incluso, mucho mejores.