Hace no mucho tiempo, Salvador respiraba tranquilo encima de su tractocamión, marcado con el número 68. Subía desde Mérida hasta la “Ciudad del Huevo”: San Juan de los Lagos, en Jalisco. Estibas y estibas de bobinas acartonadas reposaban al interior del remolque. Pensaba que no por el riesgo sino por la potencial tragedia alimentaria debiera ser considerado material peligroso.

 

Uno de sus compañeros se le había adelantado. Una diferencia de tres horas. Ya por allá, pasando la caseta de La Esperanza, hay un parador que bien hace las veces de cachimba, hotel, estacionamiento, baño, restaurante. Desde 1986, cuando “El Tamachucho” se subió a un camión por primera vez, hasta entrada la tarde de esta historia que ahora relata, una vez le bastó entrar a una cachimba para saber que no era lo que más le gustaba. Recuerda que siempre lo molestaron por esa razón. Esto nunca le quitó el sueño.

 

Entre la colegancia y los reportes extraoficiales, cuentan que aquel compañero se paró en ese lugar. De regreso al tracto, arrancó y apenas adelantito lo quisieron robar. No se dejó, aceleró y recibió 15 balazos. Salvador Díaz tomó precauciones y a partir de esa experiencia cada que pasaba por la zona se reportaba a la base cada treinta minutos. Un poco seguridad y un tanto paranoia.

 

“Así entendí porqué siempre me decían que ahí no debía pararme. Esos lugares están infectados de todo”.

 

Otro día, apenitas después de lo ya relatado, el mismo operador iba subiendo a Acatzingo. Un par de vehículos compactos, uno blanco y el otro todavía con la vieja cromática de taxi poblano, lo escoltaron un buen tramo, casi inspeccionándolo sobre la marcha y, de la nada, desaparecieron. Tal vez la sensación de su compañero recién fallecido le dejó muy sensible, pero nomás no podía con la impresión de que lo estaban cazando.

 

Una semana pasó hasta que le tocó enterarse que otro compañero había desaparecido. Distintas versiones apuntaban a un secuestro, un levante como tantos otros, otra víctima mortal a manos de la delincuencia.

 

Salvador Díaz Bolaños no es un joven operador. A los 56 años la vida ya no le daba para masticar la zozobra del espanto. El siguiente puedo ser yo, pensó. “Uno puede perder o sacrificar muchas cosas por el trabajo. La paz, no”. Renunció.

 

Justo cuando cuenta esta historia “El Tamachucho” está desempleado y su futuro es incierto. A veces se acuerda de los paisajes desérticos, de aquella vez que de un jalón se aventó un viaje Orizaba-Celaya o de Jilotepec hasta Córdoba. También recuerda a esos amigos que de pronto se volvieron fantasmas. Cree que volverá a verlos, pero todavía no. Todavía quiere ganar kilómetros rodando sobre esta remota Autopista del Sur.