No estoy seguro de cómo resolver este asunto. En marzo, cuando nos mandaron a trabajar a casa, la única certeza que teníamos era mantenernos a salvo. Conceptos como la sana distancia, evitar saludos, besos, abrazos y conglomeraciones resultaron tan abruptos que muchos los seguimos al pie de la letra. Nadie quería contagiarse del nuevo virus.

Mi trabajo bien puede hacerse con una computadora y una buena conexión a internet. Yo soy auxiliar administrativo en una empresa de autotransporte y durante los últimos siete años he ido adquiriendo la experiencia que me permitió ascender y tomar más responsabilidades.

En este departamento somos cerca de treinta personas que todos los días nos la pasábamos en constante comunicación, juntas, planeación, estatus, resultados. En fin, como una pequeña familia dentro de otra gran familia. Nuevas estrategias, ajustes, dudas, en fin, la vida en la oficina antes de la pandemia era lo que se puede decir agradable.

Pero, como decía, nos mandaron a casa. Al principio se parecía a la emoción de lo nuevo, la “felicidad” de no levantarse tan temprano, evitar el caos o, de ser el caso, no subirse al transporte público. En cuanto al trabajo, la tecnología permitió darle seguimiento puntual a nuestros procesos.

Con el paso de las semanas, fuimos tomando un nuevo ritmo y, como suele pasar, también el trabajo aumentó. Ahora más que en otras ocasiones nuestra actividad en la empresa se tornaba crucial. Garantizar y recuperar flujo de efectivo. Eso hicimos.

De a poco, con el desgaste de los meses y el confinamiento eterno, algunos de mis compañeros empezaron a relajar las medidas sanitarias. Si bien se trata de un asunto personal, hoy las implicaciones han trastocado el ámbito laboral.

Particularmente uno de mis compañeros, con el que me llevo muy bien, empezó a subir fotos en sus redes: zonas turísticas, reuniones familiares, de visita en casa de sus amigos y, la más reciente, en un bar. Ahí también es un asunto solamente suyo, pero no del todo. Intentaré explicarlo.

Este compañero, al menos hace dos meses, abandonó el confinamiento. En el grupo informal del trabajo comentó que ya no aguantaba el encierro, que sentía enloquecer, que necesitaba socializar, salir, tomar una cerveza con sus amigos. Y eso hizo.

Ayer volvimos a la oficina. Imaginamos una nueva normalidad. Espacios de trabajo más separados, horarios flexibles, equipos mixtos: una combinación exacta entre lo de antes y lo de ahora. Claro, dando por hecho que los protocolos de la empresa habrían de ser cumplidos al pie de la letra. ¡Oh, sorpresa!

A la entrada del trabajo nos toman la temperatura y nos dan gel. Si quieres, puedes usar los cubrebocas que nos proveen, aunque son desechables, digamos de emergencia. Yo encargué unos con iones de plata que se autosanitizan y al menos a priori disminuyen aún más el riesgo de contagio.

Pero ayer, cuando nos volvimos a ver todos los compañeros del área, en el mismo horario, con las mismas dinámicas, sentí una especie de preocupación, por no decir temor. Algunos de mis compañeros, incluido del que platiqué antes, no traían cubrebocas, algunos se abrazaron y no tuvieron miramientos para retomar sus actividades tal y como las dejaron en marzo pasado.

Tal vez estoy obsesionado, pero no hay suficiente gel en la empresa, no se lavan las manos, se prestan material de trabajo y no hay manera de sanitizar. Algunos de ellos, ya entrados en confianza, empezaron a platicar sus experiencias más recientes. Todas evocaban el contacto social, estar con otras personas. Así nomás.

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Así que hoy hablé con mi jefe y le dije que en realidad no podía trabajar así. La inminente nueva ola de contagios o rebrote o regreso al semáforo rojo, como le digan, más la despreocupación, por no decir imprudencia, de un montón de personas tan temerarias que salen a las calles así nada más, sin cuidados, sin sana distancia. Incluso algunos presumiendo que ya les dio covid.

En fin que empecé este relato diciendo que no sabía cómo resolver este asunto. Y por eso se lo conté a mi jefe. Le pedí que por favor me dejara seguir trabajando desde casa. No fue un ultimátum, pero sí fui claro cuando le dije que para mí lo más importante era sentirme a salvo. No exhibí a mi compañero, porque se trata de su vida personal. Sin embargo, sí tengo miedo.

No son pocas las organizaciones, público y privadas que se están enfrentando a este escenario. Francisco Aguirre, socio consultor de AvantGarde Human Capital Consultants, considera que, ante esta situación, sin transgredir la vida personal de sus colaboradores, las empresas deberán tener dos focos muy importantes: la constante revisión de los protocolos, pruebas rápidas y medidas sanitarias; y el escalonamiento de los horarios, actividades y frecuencias de cada proceso.

“Son dos temas básicos y que no deben ser descuidados. No podemos meter a todas las personas que estaban antes de la pandemia en el mismo lugar, haciendo lo mismo, al mismo tiempo. Una rotación, una mezcla, y naturalmente bajo los lineamientos más seguros por el bien de todos”.