La escena sucede en cámara lenta. El ojo espectador observa de lejos cómo las dos camionetas pick up alcanzan al tractocamión, y una de ellas le cierra el paso mientras dos hombres se asoman por la ventanilla de la otra apuntando con armas largas. El miedo se apodera de todo. 

Rechinan las llantas; la caja del camión cruje por el amarrón que tiene que dar aquel que salió del patio de su empresa hace apenas cuarenta y cinco minutos. Va vacío, pero la inercia es tan fuerte que el vehículo se descuadra y duda en voltearse, pero no lo hace. 

Otros tres vehículos que pasan por ahí se siguen de largo con una aceleración que sugiere que se han dado cuenta de lo que pasa. Aunque quisieran hacer algo, saben que lo mejor es no hacer nada. Lo mejor para ellos, pero no para el conductor que justo ahora se aferra al volante y cierra los ojos pidiendo que no le pase nada. Reza. 

Esta escena es común en cualquier carretera del país y, por lo general, los conductores saben que deben cooperar  y hacer todo lo que les pidan, pero algo pasa en este caso que no es como los demás, pues en cuanto los hombres bajan de su vehículos abren fuego contra el tractocamión. 

El conductor se agazapa y no sabe ahora cómo actuar; está aterrado. Los hombres abren la portezuela del piloto y lo jalan con violencia hasta que cae al suelo después de golpear su cabeza con el estribo; ya sobre el concreto recibe tres patadas y un golpe con el arma de fuego. 

Un segundo hombre aborda el camión por el lado del copiloto y rápido se arrancan, incluso con el operador todavía en el suelo y con el riesgo de atropellarlo; éste alcanza a arrastrarse cargando el dolor y el miedo que ahora son más pesados.

Todo esto sucede en menos de dos minutos, transcurso en el que sólo pasaron los tres vehículos del principio y dos más casi al final, pero nadie se detiene a auxiliar al hombre que ahora está en el piso, visiblemente lastimado y sufriendo.

Alguien, por fin, aparece en la escena; un conductor que se detuvo más adelante y regresa para ofrecer auxilio al operador; lo ayuda a incorporarse y lo sostiene para caminar hacia el automóvil, le presta su teléfono y hacen algunas llamadas. 

La ambulancia llegará veinte minutos después y la patrulla lo hará otros veinte más. A pesar de la denuncia y la incapacidad que recibirá este hombre por las tres costillas rotas, todos saben que nada pasará. 

Ya lo había pensado, pero ahora lo duda más, no sabe si continuar en este trabajo o buscar otra cosa, pero no tiene ninguna experiencia, pues ha hecho desde los 17 años. Ya no está seguro de continuar, al igual que nosotros, Al Lado del Camino.

Te invitamos a escuchar el episodio más reciente de nuestro podcast Ruta TyT: