Durante sus primeros veinte años, la vida de José Luis Guzmán se reducía a cortar árboles en los bosques aledaños a su comunidad. Generación tras generación todos en su casa habían sido leñadores y eso es lo que le deparaba el futuro, hasta que algo cambió. Todavía no sabía que se convertiría en operador.
Trabajaba con su padre y dos primos cuando hubo un accidente mientras cortaban robles. Uno de sus primos se descuidó y se rebanó un dedo con la sierra eléctrica. Mucha sangre. Todos estaban muy espantados.
El padre de José Luis intentó hacerle un torniquete para detener la hemorragia y le pidió a su hijo que fuera a buscar ayuda, que a unos 800 metros, sobre la carretera, había un parador donde siempre había traileros descansando o comiendo, que a veces había patrullas y ambulancias, que si no veía a nadie buscara un teléfono para pedir auxilio.
Salió corriendo y no le fue difícil encontrar el gran estacionamiento para tractocamiones que era a esa hora un parador sobre la carretera. Se dirigió tan a prisa que cuando llegó a pedir ayuda casi no podía hablar mientras jadeaba en busca del aire que le devolviera un poco de calma.
Dos operadores que salían de una fonda se detuvieron para escucharlo y uno de ellos, por mero accidente, traía un botiquín de emergencias y sabía primeros auxilios. Se apresuró para acompañarlo de regreso al bosque. En tanto, el otro operador llamó a emergencias.
Cuando llegaron con el accidentado, el operador hizo lo que sabía y pudo contener la hemorragia para después acompañarlo a pie de la carretera para esperar a la ambulancia, que no tardó y continuó con el protocolo y pudieron salvar el dedo de aquel joven.
A partir de ese momento, José Luis se hizo amigo de esos dos operadores que seguido comían en aquel lugar; le gustaba encontrárselos para que le contaran cómo era la carretera, su trabajo, manejar un camión, pues para él, la vida se reducía al bosque y a su casa; sólo un par de veces había ido a la ciudad, pero sólo a comprar herramientas y cosas para el trabajo.
Un día se le ocurrió decirles que podrían enseñarle a manejar, y ellos sabían que era un buen muchacho y no dudaron en decirle que sí. Lo demás es historia, pues muy pronto aprendió y consiguió trabajo con esos amigos, moviendo los troncos que cortaban su padre y sus primos.
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De ahí le vino el 10-28, que al principio no sabía que significaba, pero le quedaba muy bien y siempre lo lleva con orgullo: “El Troncos”.
Ahora tiene ya cinco años manejando y siempre ha estado contento en esa empresa que, además, ha sido responsable con la tala, pues tienen planes de reforestación muy cuidadosos.
Le gusta el volante y aunque a veces extraña el bosque, lo tiene en su casa y siempre sabe lo que están haciendo sus familiares, lo que han hecho desde siempre. Ahora es él quien les cuenta lo que hay más allá de los parajes verdes de la eternidad.
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