Emilio tenía seis años cuando empezó a trabajar. Su padre era ayudante en un taller mecánico y se iba con él cuando salía de la escuela, pero era en serio: debía lavar herramientas, engrasar piezas de coches, camiones, buses, de todo, igual que su padre. Lejos estaba de imaginar que algún día sería trailero.

Así se la pasó toda la infancia, hasta que terminó la secundaria y prefirió entrenar box, siempre con la condición de ayudar a su padre en el taller, pues ese dinero extra ayudaba de más en los gastos de la casa: Emilio fue el mayor de seis hijos. 

La vida se le iba entre el gimnasio, el taller y la familia. Casi no convivía con amigos ni se iba de fiesta, pues entendió que la disciplina sería la clave para su futuro como boxeador. Y así fue: debutó a los 15 años en una pelea que ganó con cierta facilidad, pues el otro peleador no resultó tan habilidoso. 

Ya cuando llevaba un récord 15-0 a su padre lo jubilaron en el taller mecánico y con ese dinero le compró al patrón un viejo torton que tenía arrumbado por ahí, y que él siempre le había echado el ojo, pues sabía que con una buena manita de gato quedaría “al puro centavazo”, como solía decir. 

Una vez que lo dejó al cien, él mismo se puso a manejar, pues ya tenía todo estudiado, además de que con la pensión podía mantener a la familia, y ahora podía pensar en un mejor futuro, pues el camión empezó a dejar también buenos dividendos.

Fue tan próspero el inicio del negocio, que muy rápido se animó a dar el enganche para un tractocamión, pues la demanda de fletes estaba creciendo, y no sólo eso, sino que le dijo a su hijo mayor, Emilio, que le ayudara a manejar el nuevo vehículo. 

Emilio no estaba seguro, porque le estaba yendo muy bien arriba del ring, pero también sentía la obligación de ayudar a su padre, quien siempre le dijo que este negocio era para él y para sus hermanos, que le echara la mano mientras crecían y podían ellos tomar más responsabilidades.

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Negociaron y acordaron que podía hacer algunos viajes, incluso largos, pero que si tenía una pelea, ésta tomaría prioridad, al igual que los tiempos de entrenamiento y sus tiempos de descanso. Así quedaron. 

Y así han pasado diez años, en los que Emilio “El Gallo” Martínez ha alternado los guantes y el volante, el ring y el tractocamión, los viajes de tres o cuatro días con los campamentos de dos semanas. Y le gusta, pues mientras ha construido una empresa sólida con su padre, también ha mantenido vigente su pasión por el cuadrilátero. 

Puede vivir con sus dos pasiones y éstas pueden convivir también con él, así que no puede pedir mucho más, ya que tiene salud y tiene un buen negocio. Su padre ya está retirado y tienen buenos acuerdos, de tal manera que ahora sí, junto con sus cinco hermanos, todos le entran parejo a seguir creciendo este sueño. 

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