Antes de ser transportista y dueña de Miros Transportes, Miroslava Magaña tenía un pequeño gimnasio en Texcoco, en el Estado de México. Se convirtió en mamá muy joven y el ejercicio fue su principal fuente de ingresos. Y aunque la actividad física siempre fue su pasión, a los 23 años se sintió demasiado cansada para aguantar el mismo ritmo de vida. 

Tenía ahorrada una cantidad importante y pensó que la mejor idea era invertirla en un negocio que no le demandara operarlo y administrarlo de tiempo completo. Una segunda fuente de ingresos que a la larga le diera flexibilidad con los tiempos.

Recibió todo tipo de consejos. Amigos, clientes y familiares le sugerían cualquier cantidad de brillantes ideas. Su hermano había trabajado mucho en carretera y le dijo: cómprate un camión. Ese sí es buen negocio. 

Cuando al fin tuvo que decidir qué hacer con sus ahorros, pensó en la idea de su hermano. Ni siquiera sabía dónde se compraban los camiones y cuando fue a una agencia no le dieron el financiamiento, pues no tenía historial, ni empresa, ni experiencia, nada. 

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Alguien le recomendó que fuera con un particular para que le vendiera uno seminuevo. Lo hizo. Aquel empresario también dudó en hacer negocios con ella y la hizo firmar un contrato más bien ventajoso. Aceptaría el fuerte enganche de sus ahorros y ella debía completar el pago con grandes mensualidades durante un año. De no cumplir, perdería todo. 

Quizá ingenua y quizá soñadora, firmó. No se confió y seguía operando el gimnasio, por aquello de las dudas. Un buen día llegó con su hermano y le dijo que ya tenía el camión, que ahora qué. Él ya ni recordaba el consejo que le había dado. Lo había dicho por decir. Pero Miros Transportes ya había nacido.

¿Y ahora qué hago?, pensó Miroslava. Desde siempre supo que la forma más fácil y efectiva de aprender algo es preguntando. Y eso hizo. Entre ella y su hermano se fueron a la carretera y cuanto operador veían le preguntaban cómo se conseguía la carga. Medio le explicaban cómo funcionaba el negocio y así fue como llegó con su primer prospecto. 

Fue a la empresa donde le dijeron y pidió informes. La enviaron a Recursos Humanos porque pensaron que quería trabajo, como empleada. Tuvo que aclarar que no era así, que quería trabajo como transportista. “Aquí traigo mi camión” .

La mandaron con la persona responsable de contratar el transporte y allá dijo lo mismo, que quería carga, que ahí estaba su camión. Le pidieron papeles de trámite y ella no traía nada, sólo ganas de hacer fletes. Comprensiva, la persona le indicó todos los trámites que debía hacer antes de ofrecer su camión: darse de alta en todos lados y conseguir permisos para el tipo de carga y un sinfín de puntos que Miroslava apuntó y siguió al pie de la letra. 

Cuando hizo esos primeros trámites, le preguntaron por el nombre de su empresa. Ella no tenía uno, así que improvisó: Transportes Miros, naturalmente como siempre la han llamado.

Tardó cerca de cuatro meses en tener todo listo para hacer el primer flete. Para eso contrató a un operador, a quien le creyó ciegamente al principio. Que los hoteles, que las comidas, que los peajes, que se le ponchaban cuatro o cinco llantas por viaje. “Eso es normal en este negocio”, le decía. Incluso era él quien cobraba cada flete y siempre le hacía cuentas excesivas.

Como pudo, ella sacaba la mensualidad y seguía el día entero en su gimnasio. Pensó que apenas terminara de pagar el tracto, lo vendería y se dedicaría a otra cosa. Y esto casi sucede. Justo al año de emprender este negocio le robaron la unidad. Miroslava recuerda que eso fue lo que provocó que se quedara en el negocio. 

Reportar el robo, llamar al seguro, estar ahí de lleno varios días, la hizo entender parte de la complejidad del negocio, ahora en temas legales. Al mismo tiempo veía y veía pasar decenas de tractocamiones por la carretera y se preguntaba cómo le hacían esas otras empresas para tener tantos vehículos. 

Recuperó su camión y decidió involucrarse todavía más, pues ahora ya era un reto personal. Terminó de pagar el camión, cambió de operador, empezó a gestionar más de cerca y retomó el camino que, al final, ya le daba ganancias. 

Ahorró y regresó con quien le había vendido el primer tractocamión. “Véndame otro”. Incrédulo, sorprendido y casi a regañadientes, accedió. Ya para ese entonces la empresa tomaba forma y hasta ya tenía un logotipo que hacía juego con la palabra “Miros”, de mirada. Los ojos de una mujer. De Miroslava Magaña. 

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A sus 25 años ya era directora general de su Transportes Miros y todas las ganas de seguir creciendo y aprendiendo. Y así fue. La especialidad era transportar acero en doble remolque y de a poco fue entendiendo, también, el negocio de sus clientes.

Es por eso que con el tiempo emprendió dos proyectos más. Uno dedicado a la chatarra, un poco la competencia de sus primeros clientes y otro más dedicado a buenas prácticas de sostenibilidad. 

Hoy emplea a decenas de personas y su parque vehicular es de 25 unidades. Tiene más tiempo y ya no tiene el gimnasio, aunque sigue haciendo ejercicio. Está comprometida al cien por ciento con el grupo de empresas y con sus colaboradores, pues sabe que su satisfacción y bienestar son primordiales para que hagan mejor su trabajo y se pongan la camiseta.