En la mañana de un día feliz, José entregó la carga de un flete nocturno. Había planificado los tiempos y la ruta para estar de vuelta en su casa pasado el mediodía. Era su cumpleaños y su familia lo esperaba con su platillo favorito: enchiladas de mole. 

Tan solo de imaginar el banquete, la compañía y los festejos, la sonrisa se le escapaba de los dientes. Iba de regreso a su natal Hidalgo cuando se aproximó a un retén militar que lleva ahí ya varias semanas. Era común que se hiciera un embudo, pero ahora le había tocado hacer fila desde más atrás. 

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Aunque debía tomar más tiempo del habitual, la sonrisa se le quedó pegada en el rostro. Eligió nuevas canciones, le dio unos buenos sorbos a su botella de agua se perdía en momentos imaginando la celebración que lo esperaba kilómetros más adelante. 

Pasó el retén y se dio cuenta que había un tractocamión estorbando. A primera instancia parecía como si ese conductor lo hubiera hecho a propósito, pero apenas logró superarlo, alcanzó a observar que el colega sufría observando el motor y meneando los cables casi por instinto. 

José se dio cuenta que aquel compañero no sabía lo que hacía y que no le vendría mal un poco de ayuda, de tal manera que orilló bien su camión y vino a preguntarle sobre el camión, que qué tenía. Era un tema con el diesel, sí traía, pero no pasaba. Lo traía colgado a un solo tanque, dijo. 

Desde siempre, José le había hecho la mecánica a sus camiones y, aunque el que estaba enfrente era mucho más nuevo, supuso que no habría mucha diferencia. Echó un vistazo y recordó la vez que le había pasado algo similar. Un experto le explicó cómo debía mover las mangueras, al menos, para llegar a su destino. Ya ahí, sí era menester llevarlo al mecánico. 

“No, pero si le muevo algo y sale peor, mi patrón me lo va a cobrar. Ya llamé para reportarlo, pero me dicen que la mercancía debe llegar sí o sí, que ni se me ocurra moverle. Eso sí, que lo arregle , pero sin quitarle los sellos a esos cables, además de que ni le sé”.

-No, amigo, pues así ni cómo ayudarte. Yo en tu lugar sí le metería mano, pues total, tu patrón está en su casa bien tranquilo, y pues la única forma de echar a andar tu camión es haciendo algo. No arrancará por arte de magia. 

El conductor en apuros volvió a llamar a su jefe para decirle que sí tenía que manipular las mangueras. Le dijeron que sería bajo su responsabilidad y que si algo salía peor, él tendría que pagar la reparación, pero de todas formas tenía que llegar a su destino a la hora indicada. Ya iba tarde.

No fue tan fácil, porque ninguno era experto. A la media hora, el operador le dijo a José que si tenía que irse, que ahorita él se las arreglaba, que muchas gracias. José pensó que no podía dejarlo ahí, si para dos era difícil, cómo sería para uno solo. 

Su familia le llamó para preguntar a qué hora llegaba, que ya estaban llegando los familiares para la comida. Les contó lo que pasaba y, como ya lo conocían, sabían que tardaría lo que tardaría. Que mejor empezaban sin él. Pero que si podía, se apurara. 

“De aquí no me voy hasta que no movamos tu camión, compa. ya verás. Incluso si hay que arrastarlo, no te dejaré aquí solo. Es mi cumpleaños y para mí es un gran regalo poder ayudar a los demás”.

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Luego de cualquier cantidad de intentos, un truco de magia y algunos hechizos, el camión arrancó. Ahora sí, cada quien a su vehículo para encontrarse con su destino. José llevaba la sonrisa todavía más grande y las ropas aún más sucias. 

Llegó tarde a su festejo, pero muy contento. Se bañó rápido, les contó la historia y todos sabían que para él ya era un gran cumpleaños. Lo remataron con la comida, las bebidas y la fiesta. Ya más tarde, aquel operador en apuros le escribió un mensaje de agradecimiento y felicitaciones. Él sonrió desde dentro y pensó que se volverían a encontrar en esta remota Autopista del Sur.