Miguel «El Halcón» Ramírez era sinónimo de confiabilidad en las carreteras del norte de México. Treinta años sin un solo parte de accidente mayor, sin ser víctima de robo, récords de entregas a tiempo y un respeto forjado a base de disciplina y kilómetros seguros.
Su camión, un International ProStar blanco impecable, era su segunda piel. Pero la carretera, caprichosa y cruel, a veces lanza golpes de los que uno nunca se recupera.
Fue en una madrugada de enero de 2015. El Halcón bajaba La Rumorosa, esa serpiente de asfalto en Baja California, con una carga valiosa: decenas de electrónicos de alta gama provenientes de Tijuana. La neblina era espesa, la visibilidad casi nula. Miguel iba lento, con cautela.
De repente, una luz cegadora lo envolvió. Un camión, que venía en sentido contrario, perdió el control en una curva. El Halcón logró reaccionar instintivamente, girando bruscamente para evitar el choque frontal.
El tracto y el remolque rasparon el muro de contención, luego del bamboleo, la unidad logró mantenerse en la carretera. El otro camión sí se volteó y recorrió varios metros tras perder el control.
Cuando Miguel se detuvo totalmente, su corazón latía tan fuerte que sentía las vibraciones que se le querían escapar por el pecho y hasta por la boca. Bajó para evaluar el daño. Su remolque estaba abollado en un costado, pero la carga parecía intacta.
Llamó a emergencias. En la confusión de la neblina y la adrenalina, mientras esperaba, una camioneta sin distintivos se detuvo unos metros más adelante.
Hombres armados lo encañonaron y abrieron las puertas del remolque: en cuestión de diez minutos lo vaciaron y huyeron.
Cuando llegaron las autoridades y personal de su empresa, notaron que el remolque estaba vacío. Miguel explicó lo sucedido, pero nadie le creyó. El conductor del otro vehículo quedó inconsciente y nunca se presentó a declarar.
La investigación fue una pesadilla. No había pruebas del atraco y la empresa, bajo presión de la aseguradora y del cliente, no esperó.
Las pruebas eran circunstanciales: El Halcón fue el último en ver la carga, él estaba en la escena, y la versión de un » robo en medio de la neblina» sonaba a historia de ciencia ficción para encubrir un autorobo.
Miguel fue inculpado por negligencia grave y complicidad en el robo. La empresa lo despidió sumariamente, sin derecho a indemnización, y su expediente se manchó con una nota de «robo de carga» y «sospechoso de colusión».
La noticia corrió como pólvora por los paraderos de carga y las oficinas de otros transportistas. El Halcón, el legendario Miguel Ramírez, ahora era «el ratero», «el que se volteó con la carga».
Cada vez que Miguel iba a solicitar empleo, el mismo patrón. Tras la entrevista inicial, el reclutador revisaba su historial y la sonrisa se borraba de su rostro. «Lo sentimos, señor Ramírez, pero… su historial no cumple con nuestros requisitos de seguridad.»
Incluso sus antiguos compañeros no podían arriesgar su propio trabajo al recomendarlo. Se convirtió en un paria, un espectro en las rutas que una vez dominó.
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Miguel intentó trabajos menores, pero la carretera lo llamaba. Compró un viejo torton con sus últimos ahorros, pero no podía conseguir buenos contratos, y ahora a picar piedra.
«El Halcón» ya no volaba. Ahora, vagaba por las carreteras secundarias, con cargas menores y pagas muy bajas, siempre con la esperanza de que algún día, la verdad saliera a la luz. Mientras, seguirá aquí, al igual que nosotros, Al Lado del Camino.
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