La historia de Anaí Fernández es muy particular. Su abuelo y su padre fundaron una empresa de transporte, cada uno por su lado. Primero de pasaje y luego de carga, y es por eso que en todos sus recuerdos de la primera infancia huele a diésel y se escucha el sonoro rugir del camión. 

Desde aquellos años, cuando ella tenía 10 y cursaba el quinto de primaria, empezó a ayudarle a su mamá con los permisos de circulación. Todavía eran los tiempos de las máquinas de escribir y recuerda cuán duras eran las teclas de esos armatostes del pasado. 

Sus padres, Virgilio Fernández y Sofía Adriana López, fundaron Tralfer Logistics con la intención de crear un patrimonio para sus tres hijos, quienes desde siempre estuvieron involucrados en los procesos de la empresa, aunque al principio era un juego como subirse al camión o pasarle herramientas al técnico de mantenimiento. 

En sus padres es en quienes Anaí Fernández siempre encontró la inspiración, pues si bien podría parecer que tenía un futuro asegurado, ella quería ganarse su lugar en la empresa, trabajar, hacer, construir y sumar para consolidar un proyecto familiar más que una herencia en vida. 

Es por eso que siempre tuvo claro que debía ser tenaz. Cuando tenía unos 20 años, empezó a idear cómo hacer más eficiente la operación de la empresa. Notó que los camiones que bajaban al Bajío tardaban tres o hasta cuatro días en volver, y siempre lo hacían vacíos, así que ahí vio la oportunidad: les consiguió carga de regreso y su papá estuvo más que feliz. 

“Siempre que me decían no, yo veía una nueva oportunidad para conseguir un sí; hubo clientes a los que les insistí hasta seis meses y, al final, cuando me dieron la oportunidad, me agradecían por haber sido paciente y persistente, pues el servicio que les damos no lo habían encontrado hasta ese momento, y así es como hemos construido relaciones de largo plazo”, explica Anaí Fernández.

El poder de las palabras para Anaí Fernández

Una de sus primeras y más importantes enseñanzas como empresaria del transporte, le llegó con un cliente de San Juan del Río, con quien ella entabló un diálogo similar a éste:

-Quisiera ofrecerle mis servicios de carga.

-¿Quisieras?

-Sí, quisiera.

-Ah, entonces no quieres. Háblame cuando estés segura y quieras ofrecerme tus servicios. 

-…

Entendió a qué se refería y entonces le dijo:

 -Quiero ofrecerle mis servicios.

“No solo aceptó, sino que se convirtió en un gran maestro, pues me hizo entender el poder de las palabras y cómo hacen la diferencia en el mundo de los negocios y en la vida en general”, afirma.

Y respecto a ser mujer y además ser joven, también tuvo que lidiar con negociaciones en las que le preguntaban por sus hermanos mayores o por su padre, como si ella no fuera capaz de tomar decisiones a nivel directivo. Lo mismo, con cada “no”, ella buscó la forma de establecer un diálogo respetuoso, de ida y vuelta. 

Y no ha sido fácil, pero la experiencia adquirida le ha permitido que hoy, cuando sus padres ya no están, tener una gestión armónica y productiva con sus dos hermanos. 

Aunque considera que hay avances importantes en términos de equidad de género en el autotransporte, también observa que falta mucho por hacer, ya que los paradores no son seguros, y menos para las mujeres, así como la infraestructura en los patios de muchas empresas proveedoras y usuarias del autotransporte. 

Te recomendamos: Clara Fragoso, una ama de casa que se subió al camión para mantener a sus cuatro hijos

Sin embargo, Anaí Fernández invita a las mujeres que tengan alguna inquietud o duda respecto a sumarse o no a este sector, para que se animen, lo intenten y venzan el miedo o los prejuicios que, en muchas ocasiones, ratifican el statu quo, y de esta manera, juntas, siendo cada vez más, podrán hacer de éste un sector mucho más equitativo.