Al fondo se ven cinco tractocamiones alineados uno al lado del otro. El aprendiz de conductor terminó de acomodar el último y ahora se dirige al taller mecánico para ver si hay algo en lo que pueda ayudar mientras llegan otros vehículos al patio mexiquense. 

Lleva tres meses aprendiendo a manejar y ya casi tiene su licencia federal, pero todavía le faltan la experiencia y el “colmillo”, pues su tío, quien lo recomendó en esta empresa, bien le dijo que al patrón le gusta que pasen entre seis y 12 meses aprendiendo bien el oficio, que no basta con que sepan mover los tractos. 

El muchacho pensó que podrían darle la oportunidad mucho antes, ya que justamente a esos cinco tractos que mueve todos los días les falta operador. El tío también le advirtió que no sería fácil y que la filosofía de la línea transportista es sacrificar estos tiempos muertos antes que correr el riesgo de darle un camión a alguien que no esté preparado. 

El tío lleva ya 12 años trabajando en este lugar y ha visto desfilar a muchos colegas que se van porque seguido les llamaban la atención por su forma de conducir, por los malos desempeños en el consumo de combustible y, por supuesto, por la cantidad de incidencias que van desde tallones a la carrocería como accidentes mayores. 

Aunque no hay una escuela de operadores propiamente, en ese lugar se acostumbra que los más experimentados enseñen a los más nuevos, pero el tío del muchacho afirma que mientras más jóvenes, más difícil, toda vez que traen prisa por subirse al tracto y perderse en la carretera. 

Eso era antes, dice, porque cuantimás había muchachitos hasta menores de edad que aprendían sobre la marcha, pero eran otros tiempos y había menos coches en las carreteras, eran otras tecnologías y hasta había menos regulaciones al respecto. 

Pero hoy, del lado de acá, entre la inseguridad y la falta de una capacitación profunda, cada vez son menos los jóvenes interesados en el volante. Y los que hay se acomodan mejor en empresas que contratan a diestra y siniestra y cuya rotación habla por sí sola. 

El tío recuerda que alguna vez su patrón lo intentó, pero como se dice “le salió más caro el caldo que las albóndigas”, ya que la cantidad de accidentes y choques fue mucho más costosa que el hecho de tener algunos camiones parados. 

Por supuesto que se pierde mucho dinero con un camión detenido, pero se pierde más en un choque, además, claro, de que en los accidentes los costos van más allá de lo material, pues también está en riesgo la vida de las personas. 

Por eso en esta empresa los aprendices tienen que pasar por un proceso largo y arduo para que se suban al camión durante mucho tiempo, y aunque hoy tienen esos cinco camiones detenidos, los operadores de la empresa hacen carrera y se quedan porque están convencidos de que siempre será más conveniente estar en un lugar que se preocupa por ellos. 

Incluso quienes llegan ya con experiencia o salidos de algún semillero también pasan por un periodo de prueba para demostrar no sólo que saben manejar bien, sino que son responsables, tienen buena actitud y también buena presentación, ya que otro factor es la cara de la empresa. 

No se trata de vestir formal, sino de estar presentables, dice el tío. Y es que en el autotransporte, agrega, te encuentras de todo: los que van en camiseta, con ropa sucia o muy desalineados, y no es justificación que pasen días fuera de casa, pues siempre hay opciones para darse un baño y llevar las mudas necesarias para estar “al tiro”. 

Hace un año eran 10 los camiones detenidos en esta empresa, y ahora son cinco, es decir, la mitad, y esto demuestra que, de a poco, han podido solventar este problema, pero no es fácil y se requiere paciencia, mucho trabajo y planeación, además de que la responsabilidad social también es factor para hacer estos sacrificios.

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Ahora el joven aprendiz se levanta y dirige al camión que va llegando. El conductor se baja y le pide que lo mueva; rápido se sube y hace la maniobra, esperanzado en que más temprano que tarde estará, al igual que nosotros, Al Lado del Camino.