Arturo Hidalgo recuerda que su padre, Antonio Hidalgo, nació en una provincia de San Luis Potosí, en medio de la granja familiar. Desde niños, quienes crecían ahí, debían aprender a ordeñar vacas y pastorear becerros. Alimentarlos, criarlos y después sacrificarlos para la venta: desde esos ayeres data la historia de Auto Express Hidalgo. 

Arturo era el cuarto hijo de un total de diez. Todos se llevaban un año de distancia: cinco mujeres y cinco hombres, intercalados uno y uno, como si la cigüeña así lo hubiera dispuesto. 

Desde que cumplían tres o cuatro años ya echaban mano a la granja que sus padres habían construido a base de esfuerzo y mucho trabajo. No era que vivieran con  lujos, pero tampoco falta el pan y el sustento para la familia Hidalgo. 

Ya en la adolescencia, cuando Arturo logró terminar la secundaria se puso a trabajar de lleno con su padre y su hermana mayor, responsable de gran parte de las actividades. Ahora él se haría cargo de las vacas. Aquí es cuando iniciaría la historia de Auto Express Hidalgo.

Sabía de crianza, pero de a poco fue aprendiendo también de veterinaria, reproducción y alimentación para obtener mejor leche. Un amigo suyo le explicaba que debía ponerles sombra, abonar el pasto y cuidar mucho el agua que bebían los animales para que crecieran en mejores condiciones y su leche fuera mejor. 

Rápido le halló a estos nuevos métodos y los resultados eran notables. De pronto le pedían más y más leche, hasta que no se dio abasto, así que le pidió un préstamos a su hermana y a su padre para comprar más vacas y un terreno más grande. 

Ya cuando se casó también le tocó llevar algunas entregas con nuevos clientes, y vio que el transporte también era negocio, ya que cuando sus proveedores de fletes tampoco se daban abasto, él tenía que entrarle al quite con su propia camioneta, así que mejor invirtió en una pequeña flota. 

Lo pequeña le duró muy poco, pues mientras las vacas seguían haciendo buena leche, los clientes seguían llegando y esto demandó más transporte, hasta que de pronto ya tenía unos 15 vehículos, además de toda la carga que generaba para sus proveedores habituales. 

Un día uno de ellos le dijo que hasta había salido buen transportista, que ya sólo faltaba que sus vehículos estuvieran rotulados, y aunque lo dijo de broma, Arturo le tomó la palabra y luego luego les puso Auto Express Hidalgo, pues veía que todas las empresas se llamaban así, sólo que con el apellido del dueño. 

Y así continuó esta historia, una empresa de transporte que daba abasto a la producción de leche, todavía con procesos rústicos y un alto grado de improvisación, pero con un crecimiento muy importante. 

Con el paso de los años, él mismo no se daba abasto administrando ambos negocios, así que le vendió la granja a sus hermanos menores y se quedó de lleno con Auto Express Hidalgo. Pensó que así continuaría el legado familiar y él escribiría un nuevo capítulo.

Y así fue, hasta que sus hijos crecieron y se hicieron cargo de profesionalizar la empresa, pues ya con estudios y otra visión, ayudaron a su padre a organizar un negocio que se había atorado porque nunca renovó sus procesos. 

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Y hoy es una empresa sólida y con proyecciones importantes, con visión de diversificar su operación, aunque su principal giro sigue siendo trasladar lácteos.