Esta historia inició en Chignahuapan, Puebla, cuna de las esferas navideñas. José había trabajado desde niño en la fabricación de estos adornos y su papá había hecho lo mismo, de tal manera que la tradición así lo indicaba; al menos en su infancia no imaginó que algún día fundaría Fletes Ramírez.

El negocio familiar siempre fue bien, sin sobresaltos, pero llegó una época, iniciado el nuevo siglo, en que la demanda creció tanto que su padre tuvo que comprar una camioneta para transportar esferas hacia la Ciudad de México, encargo que le confió a su primogénito, José. 

José era muy joven y aún recuerda que los viajes eran largos, pero entretenidos, ya que siempre se llevaba con él a uno de sus hermanos menores, a un primo a quien se ofreciera para ayudar a descargar la camioneta. 

Ya en la capital, en donde entregaba el pedido, poco a poco las personas le encargaban llevar a Puebla alguno que otro paquete y le daban para el refresco o le cooperaban con la gasolina. Incluso entre parientes y vecinos se corrió la voz que José traía cosas cada viernes. 

Fue muy rápido cuando ya no se daba abasto y por la propia naturaleza de la operación tuvo que establecer tarifas de acuerdo al volumen y al peso de los envíos. 

De hecho ya empezaba a hacer viajes también los lunes y mejor le dijo a su papá que le vendiera la camioneta, que con este ritmo se la podría pagar muy pronto y hasta, porqué no, comprarse otro vehículo.

Así le hicieron y en menos de año liquidó el vehículo con el que fundó Fletes Ramírez; de hecho, cuando terminó de pagarlo ya se había echado el compromiso de comprarle a un vecino un camión que tenía ahí arrumbado. Ya lo traía al cien y contrató a su primo, pues ya conocía la operación. 

En su mayoría seguían siendo esferas lo que transportaban de Chignahuapan hacia distintos destinos, pero con el tiempo fueron encontrando carga de regreso e, incluso, hubo quienes ya pedían origen y destino fuera de Puebla, de tal manera que tuvieron que tomar una decisión, y ahí fue quizá el momento clave para detonar el primer gran crecimiento. 

Fletes Ramírez se diversificó y fue cerca del año 2010 cuando empezaron a comprar tractocamiones, pues la demanda ya era mayor. Y nunca perdieron la operación de las esferas de Chignahuapan, ya que le tenían cariño y ahí seguía operando la empresa familiar. 

La primera base que abrieron fuera de Puebla fue en Veracruz y después en el Estado de México; ya luego llegaron al Bajío y hoy sus vehículos andan por todos los caminos del país.

Jesús Ramírez recuerda que otra decisión importante en esta historia fue diversificar y probar con el transporte de contenedores, pues los mercados de importación y exportación también ofrecieron oportunidades importantes para este sector. 

Todavía cuando regresa a su pueblo natal las personas recuerdan cómo inició este sueño y esta aventura, con un joven que ayudaba a su padre y se subió a manejar “La Chata”, como le decían a esa primera camioneta. 

Ya los retos y los objetivos son otros y hoy la mira está puesta en el nearshoring, pues Jesús sabe que estas inversiones habrán de generar mucho movimiento de todo, y las empresas que estén listas, con una flota moderna y segura, pero también con un servicio de primer nivel, serán las que puedan aprovechar al máximo. 

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En la actualidad emplea a más de 50 personas y está agradecido con sus colaboradores, con su familia y también con el sector, pues lo considera un oficio generoso y noble, pero al que también hay que cuidar, pues de lo contrario, éste también puede ser “ingrato y hasta traicionero”.